Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
A ver, ¿por qué los españoles son mazo envidiosos del éxito ajeno? Según Gallardón, la culpa es del catolicismo, que nos tiene metidos en un valle de lágrimas, lo cual demuestra que Gallardón, que ya había leído poco a Maeztu, no ha leído nada a Camba, por no citar el nombre de Bertrand Russell.
Ya se pueden poner los cursis como se pongan, la envidia, desgraciadamente, no es un invento español, a sabiendas de que decir español es decir católico. Russell, que no fue precisamente lo que se entiende por un padre de la Iglesia, sostuvo delante de quien hiciera falta que la envidia es la base de la democracia, y trajo a colación la cita de Heráclito, que dijo que se debiera haber ahorcado a todos los ciudadanos de Éfeso por haber dicho: “No puede haber entre nosotros ninguno que sea el primero.” ¿Acaso era Éfeso, como supone Gallardón, un hatajo de beatas con rosario de cuentas de lapislázuli?
Esto, en cuanto a la democracia griega. En cuanto a la democracia moderna, Russell puso el ejemplo de madame Roland, una especie de Nuria Espert, pero bella, a quien, de dar crédito a la versión oficial, la lectura de Plutarco había arrastrado hacia el republicanismo “fou”. Leamos, sin embargo, las memorias de esta noble mujer inspirada por su amor al pueblo y descubriremos –con regocijo no disimulado en el caso de Russell, que era lord– que lo que hizo de ella una demócrata tan ferviente fue el hecho de que cuando visitaba a algún aristócrata la recibían en la sala de los criados.
Con su teoría del catolicismo como fundamento de la envidia que se opone al éxito y al placer, Gallardón puede impresionar a Calixto Bieito, que debe de ser lo bastante simple como para, al oír una cosa así, contestar: “¡Ahora lo entiendo todo!” Pero es una teoría averiada, como todas las que colocan los políticos a quienes se detienen para escucharlos.
Camba, que vivió tanto tiempo con los protestantes que admira un Gallardón como con los católicos que asustan a un Calixto, compartía tan cucamente la advertencia de Heine según la cual el catolicismo es una religión muy voluptuosa y sumamente adecuada para las personas de temperamento artístico, pero que no sirve para un hamburgués, y mucho menos para un vendedor de lotería. De explicar algo, el catolicismo –ya saben: indolencia, indisciplina, desorden, individualismo..., al decir de los tenderos luteranos– explicaría el éxito farandulero de Calixto y el endeudamiento municipal de Gallardón.