lunes, 23 de diciembre de 2024

El método chino contra la corrupción



Hughes


Mientras la vida política española se concentra en Koldo, Ábalos y Aldama y la UCO le mira como una novia el móvil al Fiscal General, en China acaban de ejecutar a un funcionario corrupto.


Uno de los puntos fuertes del gobierno de Xi Jinping (en adelante Xi) es su cacareada lucha contra la corrupción. Sólo en 2023, 600.000 funcionarios han sido sancionados, incluidos altos funcionarios («tigres») del ministerio de Defensa, un negociado puro e inmaculado aquí.


Xi quiere mantener la fe en El Partido (comunista) y exige a sus miembros integridad y fortaleza ante la tentación de los grupos de interés.


El celo y la vigilancia no se quedan en los comités del Partido; se extienden al sector financiero. No son pocas los casos y hace unos días se condenó a muerte a Lu Liange, un expresidente del Banco de China, por una corrupción valorada en 16 millones de euros y unos préstamos irregulares que habrían causado un perjuicio total de 25 millones. Si traspusiéramos estas penas a las cajas españolas estaríamos ante una masacre… Si pensamos en los ERE, en un genocidio…


Por algún motivo, la lucha de Xi contra la corrupción trasciende poco aunque hay un goteo semanal de depuraciones, condenas, procesos… Otro ejemplo recientísimo, de esta misma semana, es la condena a 20 años de cárcel por sobornos a un antiguo seleccionador de fútbol. ¿Qué haría Xi, gran aficionado, con el Caso Negreira?


En España, la corrupción es destapada, en teoría, por periodistas de raza y jueces valientes. Varios partidos dominan el Estado y la corrupción es el timbre del turnismo, pero allí el Estado es de un solo Partido que tiene que deshacer con una mano lo que va haciendo con la otra. Por las películas aprendimos que el departamento de Asuntos Internos suele ser tan corrupto como el investigado…


El Estado Autoritario no puede relajarse. Al llegar, Xi localizó el mayor peligro para el Partido Comunista en el descontento con la corrupción de las emergentes clases medias. Había también una cuestión filosófica.  La gran ventaja de la organización china es su «disciplina de hierro» y eso se desvanece rápido en cuanto llegan los titos Berni.


Lo dijo en un discurso: «Algunos funcionarios del partido han perdido parte de esa moral y se sienten sacudidos en su fe. La búsqueda del placer se ha convertido en su filosofía de vida (…) algunos han arrojado por la borda todos sus principios por la comodidad material, placeres vulgares, orgías, borracheras y una vida de lujo».


O incluso, la educación de los hijos. Un clásico de la corrupción porque al final muchos meten la mano por la familia. Esto le sucedió a Bo Xilai, un popular ministro que acabó condenado a una vida en la cárcel por un caso de corrupción. Todo empezó cuando la mujer envenenó a un empresario inglés que había gestionado unos fondos para que el hijo estudiara en Harvard. Este escándalo allanó el camino de Xi en 2012. Podría decirse que llegó como Sánchez: a regenerar.  


Desde Occidente, esta lucha se ve como una forma de disfrazar las purgas. Un estudio encontró que los condenados eran, en su mayor parte, personas de sectores o camarillas no cercanas a Xi Jingping. Esto explicaría que Xi aumente su prestigio mientras se queda sin rivales. Aunque también se ha observado un esfuerzo real por regular los procedimientos asociados al desarrollo económico (obtención de licencias, por ejemplo) para hacerlos menos discrecionales.


Desde 2012 y durante esa primera década, 1’5 millones de funcionarios chinos fueron sancionados. Muchos condenados a muerte. Algunos ejecutados. La condena a muerte a menudo se conmuta por cadena perpetua. La tasa de condenas, según alguna fuente, es superior al 99%. La recurrente frase «confío en la justicia» se escucha poco en China.


Se ha señalado el inequívoco aire estalinista de estos procesos. El desleal al partido es depurado y debe retractarse, para lo cual ha sido útil la televisión. Al poco de llegar al poder Xi Jinping, la CCTV empezó a transmitir imágenes de corruptos detenidos o «desaparecidos» y entrevistas en las que confesaban su culpabilidad. Esas «confesiones televisivas» se convirtieron en un subgénero edificante. El pecador confiesa y se arrepiente. Otros no llegan a eso. Hay un dato revelador: en los cuatro años siguientes a la llegada al poder de Xi, el número de suicidios entre funcionarios se duplicó. «De 2009 a 2016, 140 saltaron, 44 se ahorcaron, 26 se envenenaron, 12 se ahogaron y 6 se cortaron las venas», según recogieron  Aust y Geiges en su Xi Jinping. El hombre más poderoso del mundo.


Un posible efecto de esta lucha contra la corrupción es la pérdida de incentivos económicos. Se ha llegado a apuntar que esto explicaría en parte la ralentización del crecimiento chino. Un poco de corrupción anima la actividad. En su lugar, Xi ha organizado para los funcionarios un sistema de incentivos burocráticos. Pero, por lo que sea, no es lo mismo.


Leer en La Gaceta de la Iberosfera