miércoles, 4 de diciembre de 2024

Dragó



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


La primera víctima de la Segunda Venida de José Tomás es la literatura. La literatura seria, como el toreo serio, no vende. Y los gacetilleros asaltan los desvanes de los periódicos en busca de tropos que algún día fueron gala de los artículos de fondo regionales para describir las galas por provincias de José Tomás en esta versión laica de “La tournée de Dios”.


Religión sin Dios y tauromaquia sin toro: la posmodernidad. Esta Segunda Venida de José Tomás no tiene que ver con los toros, sino con la fe. Como Brian, que perdía una sandalia y sus seguidores lo interpretaban como la señal de que era el Mesías, así los sectarios de las manoletinas de José Tomás, que no por nada de apoderado lleva a un flautista, como si Linares fuera Hamelín. En la nueva leyenda del toreo, Linares, en efecto, es Hamelín, José Tomás es Manolete, Núñez del Cuvillo es Miura, “los intelectuales” son Sabina, y la torpeza, el valor. Ya en las postrimerías de la Primera Venida, algo barruntaba Miguel Criado, el Potra, en su bar del Arenal sevillano:


Éste tío debe de estar loco, porque no le importa el dinero y porque lo único que le preocupa es si yo me acosté con la novia de Manolete.


Dragó, con su deliciosa falta de sentido del ridículo, lo propone como “el quinto evangelista”, elaborando para la causa del tomismo de Galapagar una Suma Teológica que parece sacada de la casa de enajenados de Manoel de Oliveira en “La Divina Comedia”, aunque este fenómeno fan alrededor de la Segunda Venida de José Tomás tenga que ver más con la cinematografía de un Luis Lucía con Marisol, y estoy pensando en “Ha llegado un ángel”. De hecho, el fenómeno mediático se desvanecería como por ensalmo simplemente con que José Tomás declarara, no que se va a inmolar en el ruedo, porque con esos ovejos que mata no se lo creería nadie, sino que va a votar a Mariano Rajoy


Cuando José Tomás torea, el ángel de la muerte está en la plaza –insiste Dragó.


Pero es un ángel de la muerte en pelotas, es decir, sin cuernos. Si a Dragó le gustaran los toros, habría estado en Bilbao la tarde de El Cid con seis victorinos –¡un río de leones!–, y un torero de verdad le hubiera podido decir a Dragó lo que Mazzantini, según la tradición, le dijo a un actor trágico que hacía el gilipollas en su localidad: “¡Baje usted aquí, que aquí se muere de verdad!”


Hasta que salga un Miguelín y mande al Monstruo y sus Manolos del Bombo a hacer gárgaras.