Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En el fango de la gota fría levantina el general de la Ume, que tiene modales de capellán castrense en “La vaquilla” de Berlanga, nos ha dejado dos perlas cultivadas: “Esto es una democracia” y “Cada día se me caen las lágrimas cinco o seis veces”. Sieyes y Victor Hugo en dos fogonazos de magnesio.
En España la democracia siempre la definen los militares. “¿Qué es el Tercer Estado? Todo”, arranca el célebre folleto del abate Sieyes. “Qué es la Democracia? Esto”, corrigen los militares, apuntados a la guerra de los pronombres. No dicen “España”, sino “esto”, es decir, “Este país”, a leer “Nestepaís”.
–Cuando otros van hacia la democracia, nosotros ya estamos de vuelta –declaró Franco al periodista mejicano Chávez Camacho.
Era 1948. Un año antes, un tal Juan Aldés publicaba “España democrática”, con que se proponía demostrar que la democracia es una cosa española de toda la vida de Dios: “Los fenicios tal vez fueron los más demócratas, pues crearon los Suffetes y los Sofer, que equivalían a jueces”. Y ésta, en fin, es nuestra cultura democrática.
En cuanto a las lágrimas vertidas diariamente por el general de la Ume ¿qué quieren que les diga? “La emoción que habéis puesto anoche en el desempeño de vuestro papel arrancó copiosas lágrimas de mis ojos. Ahí os mando una de ellas como recuerdo”, escribió Victor Hugo a Sarah Bernhardt por su primera representación de “Hernani”, y la nota envolvía un estuche de terciopelo rojo con un brillante. Camba cuenta que la actriz llevó la “lágrima” a un tasador, que exclamó: “Catorce francos noventa y cinco…” “¿Está usted seguro?” “Segurísimo, señora. Esta joya pertenecía a un vaso de cocina y debe usted tener en cuenta que tales vasos se venden a cinco francos la docena”.
–Vamos a considerar aquel famoso soneto de Quevedo, escrito a la memoria de don Pedro Téllez Girón, duque de Osuna… –dice Borges en su conferencia.
El verso: “el llanto militar creció en diluvio”. Aquí, explica Borges, tenemos otra prueba de que una cosa es la poesía y otra el sentir racional; la imagen de los soldados que lloran hasta producir un diluvio es notoriamente absurda: “No lo es el verso, que tiene sus leyes. El ‘llanto militar’, sobre todo militar, es sorprendente. Militar es un adjetivo asombroso aplicado al llanto”.
Nuestro mayor filósofo, Santayana, acertó a ver afinidad entre la risa y las lágrimas. “Entre el filósofo risueño y el lloroso –anotó– no existe oposición: ‘los mismos hechos’ que hacen reír a uno hacen llorar al otro. Me dicen que me río mucho, y los que no me entienden creen que esta alegría contradice mi desilusionada filosofía. Al parecer, ‘ellos’ nunca se reirían si admitieran que la vida es sueño, que los hombres son autómatas animados… Creen que perderían la esperanza y se suicidarían. Pero no harían nada de eso: se adaptarían a la realidad y se reirían”. Como nosotros (y como la Bernhardt) con las perlas de ese general de la Ume.