miércoles, 18 de diciembre de 2024

Fernán Gómez



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Leo en mi “blog” favorito, que es el “blog” del pintor Pepe Cerdá –el pintor de pinta y calla–, que ha muerto el intelectual menos afrancesado; mejor dicho, nada afrancesado; mejor aún: “Ha sido lo contrario del impostado intelectual, copia del francés, que tanto hemos sufrido en España.” Y a mí me parece que, a falta de un Ruano –el supremo funebrista–, lo único interesante que he leído a la muerte de Fernando Fernán Gómez es eso, lo de Cerdá, el pintor, ya digo, de pinta y calla, del españolísimo mandar a callar.


¿Pero se quiere callar de una puñetera vez? –le dice el juez Bermúdez al reo.


¿Por qué no se calla? –le dice el Rey al espadón venezolón.


¡A la mierda! –le dijo el último muerto al fan.


La desaparición de Fernán Gómez por el foso de la muerte, “donde rugen los leones de la alabanza y del olvido”, ha confirmado la sospecha tremenda: no quedan funebristas como Ruano, que se pasó la vida queriendo ser nombrado necrologista literario oficial y escribir sus cuartillas miniadas a la luz de unos hachones lacrimosos y solemnes exprimiendo las anécdotas y pudiéndose detener hasta la saciedad en el pequeño detalle que da vida a lo muerto.


El pequeño detalle que da vida a lo muerto que está Fernán Gómez es su antifrancesismo intelectual. No sé si Gonzalo Suárez quería decir lo mismo cuando dijo que Fernán Gómez era el hombre que siempre fue Bernard Shaw. ¿Shaw? ¿Aquel sofista de Camba que andaba en pantalones cortos y que se alimentaba de ensaladas y paradojas? No, aquel hereje de Chesterton que predicaba que “la regla de oro es que no hay regla de oro”. Y Chesterton dijo:


Es posible atacar sus principios, como yo lo hago, pero no sé de ningún caso en que se pueda atacar su aplicación de estos.


Para Chesterton, en efecto, toda la fuerza y el triunfo de Bernard Shaw residían en el hecho de que era un hombre totalmente coherente. Tan coherente como “el pícaro” que más destrozó a los clásicos, Fernando Fernán Gómez, que en 1959 protagonizaba la prezapateril “Bombas para la paz”, de Antonio Román, con guión de Alfonso Paso, y en 2003 leía el astracanesco manifiesto de los cómicos de escudilla contra la guerra de Iraq.


Entonces, dijo Chesterton:


Después de criticar a muchísimas personas durante muchísimos años por no ser progresistas, el señor Shaw ha descubierto, con su característica sensatez, que es muy dudoso que ningún ser humano existente con dos piernas pueda ser progresista.