domingo, 8 de diciembre de 2024

Estado



Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Para ser progre hay que ser funcionario o millonario, es decir, dueño de una vida tan inexplicablemente regalada que le haga a uno pensar: “Tiene que haber una explicación para todo esto que me pasa.” El viejo progre común ha creído encontrarla siempre en la “Filosofía de la Historia” de Hegel, un libro, según Russell, en verdad muy importante, a juzgar por los efectos que ha tenido, y un libro sin la menor importancia, si se juzga por cualquier verdad que pueda contener.


Amarrado a su nómina del Estado prusiano, Hegel propuso un sistema de la Historia de acuerdo con el cual se supone que han de desarrollarse los hechos. La cosa queda intelectual y gusta mucho en España –el país, por cierto, que más farlopa consume en el mundo–, cuyos hegelianos piensan: “Ahora lo entendemos todo.” ¿Que los hechos no se ajustan al sistema? Ya lo dijo el maestro: “¡Peor para los hechos!”·


Tomemos el ejemplo del “Katrina”. La explicación hegeliana, adornada con una sonrisa de oreja a oreja en nuestros presentadores de noticiarios, ha sido: “Bush se niega a firmar el Protocolo de Kyoto para que sus petroleras sigan echando humo; este humo calienta a la atmósfera, que contesta con huracanes como el ‘Katrina’, cuyas víctimas no pueden ser atendidas por los soldados/azafatas porque estos son en realidad guerreros tremendos que están en Iraq haciendo la guerra injusta, inmoral e ilegal –‘sangre por petróleo’, ya saben– de Bush.” ¿Alguna pregunta? No. ¿Para qué? Ya sabemos que este “mantra”, repetido por “misses”, corresponsales, cantantes y cineastas –la “conciencia crítica” transformada en la fórmula “pánico et circenses”–, es el tabarrón que ameniza nuestras noches de Walpurgis de la indignación.


La manía de juzgar las costumbres de otra cultura con los valores de la propia fue corregida por la “nueva etnografía” y sus enfoques “etic”, en el sentido del análisis propio, y “emic”, en el sentido del análisis ajeno, pero la progresía pasa de “nueva etnografía”. Ahí están los Fusté, el risueño matrimonio catalán pillado en el garlito del “Katrina” en Nueva Orleáns. “Detrás de la primera potencia mundial hay un mundo muy débil”, declaró él, funcionario de Salud en la Generalidad del Carmelo barcelonés. Ella, funcionaria de Turismo en el mismo falansterio, prefirió declarar su “desengaño por el papel del Estado” en América. ¡Ah, el Estado! El Estado y los Fusté. En la guapa Francia de “l’État c’est moi” el verano de 2003 –¿otro calentón por las chimeneas de Bush?– se llevó por delante a quince mil complacientes súbditos del Leviatán del inspector Clouseau. La España de los Fusté es como la de los Botejara, pero con más Estado.