Hughes
En Navidad, que no es cualquier momento, se ha producido una guerra civil en el movimiento de Trump. Se está librando ahora, ante nuestros ojos, lejanos ojos, que siguen esos debates como antes se seguía la NBA (imitábamos fantasiosamente un baloncesto y ahora una política). Hay una división de lo que nunca se unió, porque hablábamos estas últimas semanas de la fusión aparente en el Trump 2024 entre el nacionalismo populista clásico (clásico de 2016) y el libertarismo tecno-futurista de Elon Musk y Vivek Ramaswamy, y el futurismo aquí viene por todo lo que Musk, con su sola presencia, evoca. Era todo junto algo demasiado poderoso. Por un lado, el revival, la energía vivificadora del pasado de Trump; por otro, el futuro de cohetes, coches extraordinarios, satélites y chips cerebrales que sugiere el halo marketiniano de Musk, ahora mismo insuperable. Por un lado, los nacionalistas que piensan en proteger la manufactura y al trabajador americano; por otro, los tecnócratas (pero qué tecnócratas) que invocan un crecimiento supersónico, una nueva libertad tras haber asegurado la nación y abatido el dragón woke.
La alianza trumpiana estaba basada en acuerdos y enemigos comunes (las uniones alrededor de un enemigo son como fugaces romances apasionados: tienen fecha de caducidad, pero se disfrutan muchísimo). Los enemigos comunes eran la izquierda woke, la inmigración ilegal, y el consenso neocon, la derecha americana de los últimos cuarenta años.
La alianza era necesaria porque los viejos roqueros MAGA no lo hubieran conseguido solos, pero esas coincidencias ocultaron las diferencias, que no son ocasionales sino profundas: unos miran por el americano medio, por el obrero entre la burger y el fentanilo, por el trabajador estadounidense, y otros por Crecimiento Económico en mayúsculas, aunque no solo. Si solo fuera por el crecimiento económico sonaría como la vieja derecha republicana reaganiana. Es un crecimiento preocupado por la rivalidad con China y, con una suerte de purismo constitucional, por los valores que definen a los EEUU. Una especie de esencialismo, pero basado en la conservación constitucional. Por ejemplo, todo inmigrante sería bienvenido si es legal, si ayuda a crecer y si se compromete de un modo real y verificable con la constitución y los sacrosantos american values. Desde este punto de vista, puede haber muchos «americanos» fuera de los EEUU. Porque serlo depende de principios. Sería una decisión.
Así, el nacionalismo trumpiano se divide de pronto en dos: el MAGA, proteccionista y populista; y el libertario (un libertarismo que se pone ropajes nacionalistas). Cambia el fundamento de los dos, el sujeto y objeto de la política. A veces rechazarán lo mismo, pero por motivos distintos.
Lo del nacionalismo libertario puede ser simple palabrería. Una forma nueva, apresurada, de vestir lo antiguo. Globalismo con piel nacionalista. O la síntesis que supera el MAGA con algo del MAGA. Y eso es lo que ha quedado expuesto con la polémica de estos días, de estas horas, a cuenta de la H1B, una visa temporal para trabajadores extranjeros especializados.
Es largo analizarla, porque además está rodeada de mitos, y no importa tanto esto como la batalla que ha originado.
Vivek y Musk están a favor de contratar masivamente informáticos de la India con la H1B, mientras el entero movimiento MAGA lo rechaza abiertamente como otra vía más de inmigración: legal y con justificación económica, pero enfocada a sectores punteros y, por tanto, especialmente grave para la clase media del país.
Quienes la defienden argumentan que sería una forma de reclutar a los genios del mundo. Pero para eso ya hay otro tipo de visado. Son argumentos cándidos, ideales, que suenan falaces porque pretenden ignorar que en realidad se usa fraudulentamente para contratar trabajo barato. ¿Cómo puede el genio Musk argumentar de modo tan naíf? Habría, sí, un uso armónico posible de las HB1, meritocrático y puntual, pero se interpreta como un intento de las empresas tecnológicas por abaratar el trabajo. Esto ya lo permitía Biden y ahora lo concedería Trump, sin los problemas asociados al insostenible mundo woke. Sin el peso de sus criterios DEI y libres para contratar técnicos de todo el planeta, las empresas tendrían nuevas alas para volar…
Pero ¿transmite confianza al trabajador-votante de, pongamos, Illinois un mundo corporativo que se apoye en Inteligencia Artificial y contingentes de informáticos del inacabable fondo demográfico de la India?
El trabajo nacional, raíz de toda la estructuración, ¿en qué quedaría?
La división nacionalistas-libertarios es, finalmente, la división entre trabajadores y «tecno-oligarcas» o simplemente empresarios, que se revela con la inmigración porque no es y nunca fue un fenómeno unívoco o de una sola dimensión: puede ser buena o mala según la posición de cada cual.
Esta discusión será una de las que definan la derecha de EEUU y el Trump 2024. También, por sus resonancias, la que ayude a desarrollar y modular la visión de la inmigración en Europa, si es que aun somos capaces de algo propio que no sea, también entre los críticos, la mera trasposición de puntos de vista.
Trump ya ha dicho que (ahora) le gustan las H1B y aunque esto suena a traición a sí mismo y al movimiento, a sus bases primeras y más fieles, la literalidad de Trump funciona al contrario del resto del mundo: cuando con él se añade «literal» no significa más sino menos.
El debate seguirá pero ya es, en sí mismo, algo fascinante por cómo se produce y lo que revela. En Elon Musk se ha dejado ver un estilo de tuit arrogante y soberbio. Se le ha visto el ególatra cartón. Incluso hay quien ha hablado de represalias a algunas cuentas, lo que sería como mínimo paradójico para el campeón del free speech. Vivek Ramaswamy, su lugarteniente en el DOGE, la oficina spenceriana de eliminación burocrática, hizo un tuit tan controvertido como fascinante en el que justificó culturalmente la necesidad de la visa H1B. En su opinión, para competir con China ha de haber un cambio de cultura. «Estados Unidos ha venerado la mediocridad sobre la excelencia» y esto se refleja en los ingenieros. Se idolatra a la reina del baile del instituto y no a la campeona de matemáticas. En Salvados Por la Campana, serie canónica para la Generación X, los guais eran Zach y Slater, y el tonto era Screech. Esto dijo. Así, tal cual. Ensalzar lo nerd sobre el conformismo. Al empollón sobre el normal. Y de manera inmediata surgió una reacción visceral. De fondo, en quienes le contestaban, afloraba la raza, la raza y también un tipo humano. En Vivek, de repente, o hablaba el indio o hablaba el friqui, como alguien que se estuviera atreviendo a alterar los fundamentos de un país al que acaba de llegar o los no menos ancestrales criterios de popularidad de un high school .
Lo primero nos lleva a Ann Coulter, la fascinante Casandra. Ella anticipó antes que nadie el triunfo de Trump ante Bill Maher y su sonrisa de superioridad y ella le dijo a Vivek, a la cara, que por ser indio no le votaría.
Lo segundo, a la reacción de Steve Bannon, el gran pope del MAGA que lleva la antorcha viva de la revolución norteamericana: «Vas a acabar (nerd) metido otra vez en la taquilla del instituto». La Revancha de los nerds se tradujo en España como de los novatos… pero esto es. Una contrarrevancha en la revancha trumpiana, una contrarrevolución elitista en la revolución populista.
Las reacciones maga a las palabras de Vivek han sido airadas, hirientes, quizás injustas, pero sobre todo han dado la impresión de perder de vista una parte del tuit; la posibilidad, al menos la posibilidad, de que Estados Unidos esté perdiendo pie en algún punto clave. Esto es lo que opina, por ejemplo, Emmanuel Todd en su reciente La derrota de Occidente. Allí, al profundizar en la guerra de Ucrania, descubre que Rusia produce más ingenieros que Estados Unidos. Aporta una estimación: EEU, con más del doble de población, formaría un 33% menos de ingenieros. ¿Se equivoca tanto Vivek? El asunto de los ingenieros toca un nervio que enlaza el estilo de vida con la geopolítica, el erotismo de instituto con la guerra.
El debate es fascinante. Se dilucida quizás la supremacía narrativa en la coalición ganadora y en el tardotrumpismo (por eso calla JD Vance…). Pero todo, todo este terremoto se produce, no lo olvidemos, entre «correligionarios» y por una inmigración legal, asociada a un contrato de trabajo, temporalizada, y fundamentalmente acotado al sector STEM (tecnología e ingeniería). Una simple fracción del problema general. Aquí ha sido un logro muy reciente (proeza voxiana) poder incluir la palabra «inmigración» en el orden del día, rodeada, eso sí, de las máximas vaguedades y generalidades.
Leer en La Gaceta de la Iberosfera