Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
A la divina sabiduría de Gómez Dávila debemos la observación según la cual, sin la oportuna parálisis del ingenio griego, la tendencia tecnológica de la primera época helenística hubiese probablemente anticipado el horrible mundo moderno: “La admiración que despiertan la literatura griega y el arte griego le ha ocultado a la posteridad al hombre griego: envidioso, desleal, deportista, demócrata y marica.” ¿Lograrán nuestros artistas ocultarle a la posteridad al hombre contemporáneo?
Los turistas vienen escandalizados de ver en Milán un esqueleto de Gino de Dominicis, o en Nueva York el Cristo de chocolate de Cosimo Cavallaro, o en Málaga la bebé de Ron Mueck. ¿Qué tiene el arte contemporáneo para que en su nombre se esté “asesinando” al arte? Es la pregunta que se hace José Javier Esparza en “Los ocho pecados capitales del arte contemporáneo” (Almuzara), un ameno ejercicio de cavilación de los que no se hacen en España. Esos ocho pecados son: culto de la novedad, ininteligibilidad, laxitud del soporte, naturaleza efímera, nihilismo, domesticación por el poder, naufragio de la subjetividad del artista y desaparición del concepto de lo bello.
–Nihilismo: negación de todo, apoteosis de la nada. El tiempo de la nada. Nuestro tiempo. ¿Cómo representar la nada?
Esparza nos invita a imaginarnos una esfera. Un abismo, un vacío, dentro de una esfera.
Las más fascinantes teorías en torno a la estructura esférica de nuestra intimidad han sido desarrolladas por el alemán Peter Sloterdijk, quien considera arriesgado utilizar en lengua alemana la expresión “burbujas” para poner en marcha una investigación filosófica en torno a lo íntimo: el “affaire” Clinton-Lewinsky, reconoce Sloterdijk, no ha hecho mucho bien a la expresión. (El verbo “blasen” significa, entre otras cosas, “soplar”.) Pero ¿dónde está el individuo? En una esfera, en un campo psíquico abombado como un polo entre polos.
–Toda historia de amor no es sino una tentativa de acceder a la redondez y de reconstruir la primera esfera.
“¿Por qué no entendemos el arte contemporáneo?” Esparza remata su ingeniosa respuesta con una media verónica de Arnold Gehlen: “A la postre, no se puede tener todo: veinte kilos de dulces y cosas para mascar, saciedad, confort, despreocupación y espacio para reivindicaciones, libertad y derecho a voto generalizados, vacaciones y una larga vida. Quien después de todo ello reclamase, además, ‘cultura’, sería demasiado humano: ni bueno, ni malo, sino insaciable.”