Pero, ¿en qué mundo vive? Desde luego, no en el de este tiempo y mucho
menos en el universo sentimental de un país que, por dos veces, dos,
eligió a Bambi.
Cristina Losada
Libertad Digital
La reprobación que ha suscitado el viaje del Rey a Botsuana guarda poca
relación con la moral de tiempos de guerra que impone la crisis y mucha
con la moral de almíbar de Disney. Por eso, me temo, no servirá su
arrepentimiento. Es verdad que esa vacación se ha puesto en la picota
por el agravio que representa "con la que está cayendo" y otros motivos
de más relevancia. Pero lo que no se perdona es que fuera a matar
elefantes. Y no al elefante que ven los lugareños, el que les daña las
cosechas y las reservas de agua, y al que se cargan por ello con
frecuencia; sino al elefante que vemos en nuestro imaginario, el
paquidermo adorable, de crías encantadoras, amigo de los humanos y él
mismo humanizado, que apreciamos por las películas, los tebeos, el circo
y el zoológico.
Ha causado tremenda consternación que el rey se dedique a la caza del
elefante y le he leído a una columnista que es un animal maravilloso.
Todos los son, querida, pero a muchos se les caza y no se rechista. Y
una, que siempre ha tenido prevención contra esa actividad, aunque no
mandaría a la hoguera a los cazadores, detecta en esta oleada emotiva
discriminación y fariseísmo. Si el jefe del Estado hubiera liquidado a
un par de cocodrilos, no se habría puesto a llorar tanta gente adulta.
Una foto suya con el cadáver de una boa constrictor no hubiera movido a
Gómez a pedir la abdicación. Ningún periodista mayor de edad le
escribiría una misiva al Rey en nombre de una serpiente, pero hay uno
que le dirige una carta firmando como un paquidermo. El elefante, ay,
toca la fibra Disney...
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