Jorge Bustos
No esperábamos que en la hora del adiós fuera precisamente a quebrarse
la gran ilusión óptica del guardiolismo. Pero tampoco era necesario
llevarla al paroxismo religioso de una escena veterotestamentaria. Hacia
las dos de la tarde del día de ayer, el cielo se oscureció sobre el
Camp Nou, el velo del templo blaugrana se rasgó de arriba abajo y los
hechiceros con pintas del periodismo deportivo, desesperados por detener
la marcha de Pep, salieron corriendo al zoo del Parque
de la Ciudadela en busca de un carnero propiciatorio para sacrificarlo
en el altar de Baal, acto que impidió finalmente la ley catalana en
vigor contra las corridas de toros.
El periodismo deportivo leyendo el futuro de Pep
Los democristianos de Ciu preguntarían muy preocupados ayer a qué hora hablaba Guardiola,
no fuera a ser que la rueda de prensa les pillara en misa y terminaran
acusándolos de politeísmo. El propio Guardiola, al contrario que Alejandro o Augusto,
ha declinado modestamente su deificación, si bien esa manera de
apaciguar los encendidos arrebatos de los reporteros se nos asemeja
mucho a la resistencia escasamente berroqueña con que las chicas
achispadas rehúyen el primer beso después de haberlo provocado con
cálculo y esmero. Un favor le harían escribiendo sin más que se va a
descansar, no que asciende al Olimpo para devolver educadamente a los
dioses el fuego que les robara Prometeo. El espectáculo lambiscón, el
ditirambo unánime, el arrobamiento sin fronteras cae sobre el
temperamento de uno como el llanto grotesco de las norcoreanas filmadas
tras la muerte de Kim Jong-il por la tele del régimen. En esa sala de prensa se daban las gracias antes de preguntar, señores. Sólo por eso ya es superior Mourinho a Guardiola:
siquiera por liberar, en el desertizado cerebro del agonizante
periodismo español, las endorfinas bulliciosas del juicio crítico. Mou quiebra
los códigos y con ello obliga a tomar postura a quienes vivían cómodos
en la observancia formal de normas inveteradas, recibidas y legadas sin
cuestionamiento mediante. Se equivoca a veces, porque algunos de esos
códigos tienen una buena razón de ser y de estar. Pero remueve el
estanque y la mierda sube a la superficie, donde la mierda sería la luna
que debiera señalar el periodista y el dedo de Mou –ese dedo– la
verborrea que ensimisma el despiste de los tontos.
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Esto es lo peor del guardiolismo: esa omnímoda viscosidad de almíbar en que flota su periodismo placentario. Contra lo que algún tuitero pudiera creer, uno no odia a Guardiola en absoluto, porque no puedes odiar a quien jamás has admirado
Esto es lo peor del guardiolismo: esa omnímoda viscosidad de almíbar en que flota su periodismo placentario. Contra lo que algún tuitero pudiera creer, uno no odia a Guardiola en absoluto, porque no puedes odiar a quien jamás has admirado