"Invasión", cartel de Kustodiev
sobre la huelga de Moscú, 1905
Cristina Losada
Libertad Digital
Trece convoyes del Metro de Madrid sufrieron un sabotaje simultáneo que
afectó a ocho mil usuarios. Unos individuos activaron los frenos de
emergencia y provocaron la paralización de los trenes. Hicieron la faena
con los trenes detenidos y por ello no hubo que lamentar más daños que
la pérdida de tiempo, si bien los minutos son muy valiosos en una gran
ciudad y en hora punta. En fin, ya se sabe quiénes fueron. ¿Unos
vándalos, unos delincuentes, unos incívicos pandilleros o, como dirían
allá, unos patoteros? No, señor. Entérese, lea la prensa. Fueron unos
activistas. Unos idealistas, vamos. De esa clase de gente comprometida,
que lucha por una buena causa y por el bien del prójimo, arriesgándose
incluso a la sanción y al castigo. Así, en virtud del salvoconducto
moral y legal que se entrega graciosamente al que alega voluntad de
protesta, unos gamberretes de cuarta regional han salido en los papeles,
en algunos papeles, con el grado de activistas.
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