Hughes
Benedicto XVI dejó en Cuba unas palabras que no me resisto a traer a este rincón, aunque triste altavoz es uno, y débil. En su despedida de la isla el Papa dijo “que nadie se vea impedido de sumarse a esta apasionante tarea por la limitación de sus libertades fundamentales”. La tarea era el camino de Cristo que todos, creyentes o no, conocemos bien.
Si hay un conocimiento puro, universal, propio al hombre, quizás sea ese, la conciencia de qué sea Cristo, de en qué consiste la bondad cristiana y nuestro deber humano. Cristo es como las matemáticas: una facultad del juicio a priori, la primera abstracción y la primera sinceridad del hombre. Cristo es la intimidad. Es lo que vemos si miramos bien, pongámosle el nombre que queramos. La música primera, el primer deber, la primera noción. La primera geometría es la rectitud del alma, la confortación noble del hombre y la redondez del juicio humano libre.
A menudo las preocupaciones se pierden en lo social, en la política o en el gran fenómeno atmosférico que empieza a ser la economía, y nos dejamos llevar por una idea instrumental de bien o de deber-ser. O el utopismo, o el progreso o determinada idea de orden, o el mantenimiento de cierto estado de cosas. En ello empleamos nuestros esfuerzos y nuestras energías, cuando el régimen político es solo el clima, la circunstancia en qué ser hombre. Ni más, ni menos.
La más grande incorrección política es decir que la política no importa, que el régimen es lo de menos, que la solidaridad humana y la dignidad individual son una conquista interna, individual y pletórica y que no hay estatuto, reglamento o régimen que pueda con ella ni pueda dispensarnos de nuestras obligaciones humanas, de la exaltación fundamental del hombre, que es su libertad.
La libertad no es un lujo, es una obligación.
No se trata de religión, se trata de la obligación humana de poner en juego nuestra facultad primera, que es el amor al mundo. La libertad individual está en la conciencia, y se ahonda en la estrechez y en el sufrimiento. La libertad y la dignidad del hombre son un abismo interior, inacabable, inagotable, inatacable.
También nos dice el Papa que nadie debe verse eximido de esa tarea “por desidia o carencia de recursos materiales”, pues son los privados, los dolientes, los más dotados y nuestros inevitables maestros.
La gran riqueza es la vida interior, la precisa imprecisión de la vida interior, y lo circundante, lo cercano, es un imperio vasto en que ser libres. El encadenamiento humano del afecto es la primera obligación cívica.
Llevábamos años unos y otros, desde distintas orillas, mirando a los cubanos como a seres impedidos, dejándonos apresar también nosotros por la dictadura y de repente llega el Papa y los conmina sin excusa alguna. Y nos conmina de paso, con esa capacidad suya para estar hablándonos siempre.
Así que perdone el lector la arrogancia de permitirme glosar estas palabras, pero la mayor impostura quizás sea huir de lo serio por tratar de evitar lo solemne.