Ese escudo de Pepe en Barcelona...
(Twitter)
Pedro Ampudia
Pensaban algunos que la visita del Madrid al Nou Camp acabaría en una nueva exhibición de los blaugrana con el Real Madrid como un niño gordo en mitad de un rondo, persiguiendo el balón como quien persigue sueños imposibles y metas inexistentes. Olvidaban que, como ya dijimos, el fútbol es un estado de ánimo y que aquel partido de vuelta de semifinales de Copa del Rey había servido para exorcizar los demonios que le hacían hablar al Madrid en el lenguaje extraño de la incapacidad cuando se enfrentaba al equipo de Guardiola. Aquel día se empezó a ganar el partido de anoche y se continuó haciéndolo el martes pasado en Múnich cuando Mourinho pudo observar las dificultades competitivas de su equipo y tuvo tiempo de ponerle solución. No nos engañemos, el paso al frente no lo han dado los que debieran por jerarquía y solicitaba el sentido común, sino ese clan de los portugueses que nos ha sido presentado por la prensa como una banda de delincuentes que tienen a Mourinho al frente como un Liberty Valance que hubiera cambiado las cantinas por los estadios. La celebración del gol de Cristiano y la salida del campo de Pepe mostrando a la grada culé el orgullo que le supone llevar ese escudo sobre el pecho son imágenes que forman parte ya de la carpeta "Real Madrid" que tenemos instalada en el disco duro de nuestro cerebro y en la que archivamos instantes a rememorar en las travesías del desierto que a veces, muy pocas, nos toca emprender. Ya nos dijo Cicerón que la victoria es por naturaleza insolente y arrogante.
Esos gestos sirven también en esta guerra que todos sabemos que es metafutbolística, pues muestran que el Madrid se sitúa como némesis de ese Barcelona del buenismo y la impostura. Frente a la hipocresía, la sinceridad de estos jóvenes airados que han sido vilipendiados y agredidos moralmente hasta la extenuación por esa manada de guardianes de la corrección política que pontifican desde los púlpitos de la falacia.
Sirvió el partido también para reivindicar a Coentrao y Khedira. El lateral había sido injustamente convertido en el culpable de la derrota contra el Bayern y el agit-prop pateaba a Mourinho en el culo del jugador portugués. Si el martes había secado a Robben, ayer hizo lo propio con un Alves que acabó el partido entre coces y rebuznos como medio de inmersión quizás en la Cataluña nacionalista que tiene el asno como emblema frente al hispánico toro. Añoramos la locura indisimulada de Marcelo, pero somos conscientes de la razón que asiste a Mourinho al preferir a Coentrao en los partidos que requieren un rigor táctico y una seriedad de los que carece el brasileño. El otro que se reivindicó ayer a lo grande fue Khedira. El alemán vive desde que llegó a Madrid soportando el ninguneo de una mayoría de la prensa deportiva y una gran parte de la afición más ortodoxa, pero su rendimiento no ha hecho más que crecer sin que ello haya servido para acallar las voces críticas. Su partido de ayer fue un despliegue formidable de poderío físico, inteligencia táctica y sabiduría emocional. Su presencia en el centro del campo convirtió la trigonometría del Barcelona en una ciencia inexacta con la ayuda de un Alonso algo más entonado que en encuentros precedentes. En las contadas ocasiones que el equipo catalán era capaz de superar esa línea de presión la inserción de Khedira entre los dos impecables centrales blindaba el área sin que ni siquiera Messi fuera capaz de encontrar la llave que abriera esa puerta.
Nos dejó el partido dos imágenes que anuncian el orden nuevo que veníamos anunciando desde las guaridas del mourinhismo. Xavi Hernández sentado en el banquillo, rumiando la decepción de su propio fracaso, sabedor de que se acaba el tiempo de su mentira, y Pep Guardiola, incapaz de camuflar la soberbia tras el tono suave de su voz. Desde que llegó, Mourinho le ha quitado al Barcelona el monopolio del discurso, un título que van a ser al menos dos cuando acabe esta temporada y desde anoche la virginidad del Camp Nou en la era Guardiola. Mourinho convirtió a un Madrid acústico y folk dentro y fuera del campo en un Madrid eléctrico y rabioso, como hiciera Dylan con la música en Newport. El mismo Dylan que cantaba aquello que hoy podríamos cantar nosotros.
"La línea está trazada,
el hechizo lanzado.
El que ahora es lento
luego será el rápido.
Como el actual presente
será luego pasado.
El orden
desaparece rápidamente
y el que ahora es primero
luego será el último.
Porque los tiempos están cambiando".