jueves, 26 de abril de 2012

Jaulas

Cruz de la Cerrajería de la plaza de Santa Cruz

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Los dos nombres políticos eran Fernández, el andaluz de los eres, y Durán, el catalán de Huesca que se declara harto de ser cornudo y pagar la bebida.

    Durán, que se llama como el novillero que tanto me gustó el domingo en Madrid, debe cuidar las metáforas. Hace un año, en Valencia, en el lío de la final de Copa del Rey, Durán, viéndose protegido por unos antidisturbios, puso los cuernos a los ultrasur, que respondieron tirándole encima un cubata, obligando a la policía a pedir al tribuno lo mismo que Victoria Beckham pidiera en un gimnasio a la Obregón, esto es, que hiciera el favor de comportarse como una persona de su edad.

    El martes, con todos los sevillanos en la feria, haciendo tiempo para ir a los victorinos caí en la plaza de Santa Cruz, donde los huesos perdidos de Murillo (buscar huesos es el entretenimiento secular de los españoles) y la Cruz de la Cerrajería, con su jaula de sierpes y faroles donde exponer a la curiosidad pública a los reos.

    –Ahí metía yo al de los eres –dice un castizo descolgado de una excursión de clases pasivas.

    De Azaña el general Mola llegó a decir en un discurso que lo pasearía por las calles de Madrid encerrado en una jaula “como un endriago”, y cuando Fujimori capturó a Abimael Guzmán lo metió en aquella jaula donde el líder de Sendero Luminoso echaba discursos y jugaba el teto.
    
Luego, en la plaza de toros, ¡toros! Toros del Ministerio del Interior, si bien con la guasa de un delegado rechazando reses “por falta de conformación zootécnica para la categoría de la plaza”, que es lo malo de medir a los victorinos con la plantilla de los victorianos.

La jaula