Niños jugando a fusilar en la guerra civil
Aritmética, el hambre en el mundo (el hambre histérica, pensar que si
uno se deja media pechuga o caza un animal incomestible está matando a
un negro) y el tedio. Estos son los pilares del republicanismo
Hughes
Lo más complicado de escribir es que le venga el tema a uno. Afortunadamente, existe Cayo Lara, que es Gala, Guiomar y Beatriz juntas, pero en señor maduro. Es la Calíope del columnista. Cayíope, le llamo yo.
Don Cayo, además de muso, es republicano y, en referencia al asunto del Rey y el elefante, ha dicho algo que se dice mucho: que parece un episodio de La escopeta nacional, como si las Escopetas Nacionales las hubiese escrito Galdós; luego, desmelenado, ha dejado en el aire la cuestión crucial referida a un rey: “¿Y si sale tonto?”
El exabrupto de Cayo Lara recuerda la novela de Torrente en que se hablaba del pasmo real ante el desnudo femenino, que nos deja a todos parecidamente tontos. Y no sé si será cuestión de luces, porque Carlos IV se dice que no era muy listo, pero llevó a Goya a la Corte. De hecho, hasta estas palabras de Lara, las luces del monarca sólo preocupaban al retratista, que tenía que inmortalizar una mirada.
Para don Cayo, que está que trina, el Rey incurrió en una falta de ética profunda al cazar elefantes, porque el elefante, dice, no se destina a la alimentación; vamos, que es como el cerdo, pero al revés, que no se le aprovecha nada y sólo interesa para el negocio del marfil. Marfil, precisamente, el material del que están hechas las carcajadas.
Es decir, que si el elefante se comiese el asunto sería más ético, o menos inético, o desético, o aético, que alguna palabra tendríamos que tener ya para ese comportamiento que “carece profundamente de ética”.
Si del elefante se hicieran filetes o embutido, el acto vil de cazarlo sería menos vil, porque un africano movería el bigote por ello e infinitesimalmente se vería paliado el problema del hambre.
Para don Cayo, el ser humano, desde que se levanta hasta que se acuesta, tiene que estar pensando cómo soluciona el problema del hambre. En eso, Don Cayo es muy monja.
Don Cayo también considera ilógico que los ciudadanos tengan que soportar toda la vida a un Jefe de Estado y se irrita un poco por la pretensión que tiene el Monarca de “morirse en la cama como rey” –ay como S. M. enferme de flebitis.
El Rey, don Cayo, hace todo lo que puede por no morir en la cama. Caza, pilota, viaja, entra y sale y es de un vitalismo desesperado, pero se ve que contra lo que se revuelve este republicanismo es contra el aburrimiento y contra la posibilidad de otro encamamiento.
Matizó después que el derecho de sangre no es democrático y, visto así, las nominaciones del Gran Hermano, que se votan y recuentan, sí lo son.
Aritmética, el hambre en el mundo (el hambre histérica, pensar que si uno se deja media pechuga o caza un animal incomestible está matando a un negro) y el tedio. Estos son los pilares del republicanismo.
Mientras, Breivik, el locazo nórdico de los 77 asesinatos, ha contribuido al debate reconociéndose monárquico. Al contar sus planes, explicó que quería atacar el Palacio, pero cuando la familia real no se encontrara allí. De haber sido español, le hubiera costado encontrar a alguien dentro.
Don Cayo, además de muso, es republicano y, en referencia al asunto del Rey y el elefante, ha dicho algo que se dice mucho: que parece un episodio de La escopeta nacional, como si las Escopetas Nacionales las hubiese escrito Galdós; luego, desmelenado, ha dejado en el aire la cuestión crucial referida a un rey: “¿Y si sale tonto?”
El exabrupto de Cayo Lara recuerda la novela de Torrente en que se hablaba del pasmo real ante el desnudo femenino, que nos deja a todos parecidamente tontos. Y no sé si será cuestión de luces, porque Carlos IV se dice que no era muy listo, pero llevó a Goya a la Corte. De hecho, hasta estas palabras de Lara, las luces del monarca sólo preocupaban al retratista, que tenía que inmortalizar una mirada.
Para don Cayo, que está que trina, el Rey incurrió en una falta de ética profunda al cazar elefantes, porque el elefante, dice, no se destina a la alimentación; vamos, que es como el cerdo, pero al revés, que no se le aprovecha nada y sólo interesa para el negocio del marfil. Marfil, precisamente, el material del que están hechas las carcajadas.
Es decir, que si el elefante se comiese el asunto sería más ético, o menos inético, o desético, o aético, que alguna palabra tendríamos que tener ya para ese comportamiento que “carece profundamente de ética”.
Si del elefante se hicieran filetes o embutido, el acto vil de cazarlo sería menos vil, porque un africano movería el bigote por ello e infinitesimalmente se vería paliado el problema del hambre.
Para don Cayo, el ser humano, desde que se levanta hasta que se acuesta, tiene que estar pensando cómo soluciona el problema del hambre. En eso, Don Cayo es muy monja.
Don Cayo también considera ilógico que los ciudadanos tengan que soportar toda la vida a un Jefe de Estado y se irrita un poco por la pretensión que tiene el Monarca de “morirse en la cama como rey” –ay como S. M. enferme de flebitis.
El Rey, don Cayo, hace todo lo que puede por no morir en la cama. Caza, pilota, viaja, entra y sale y es de un vitalismo desesperado, pero se ve que contra lo que se revuelve este republicanismo es contra el aburrimiento y contra la posibilidad de otro encamamiento.
Matizó después que el derecho de sangre no es democrático y, visto así, las nominaciones del Gran Hermano, que se votan y recuentan, sí lo son.
Aritmética, el hambre en el mundo (el hambre histérica, pensar que si uno se deja media pechuga o caza un animal incomestible está matando a un negro) y el tedio. Estos son los pilares del republicanismo.
Mientras, Breivik, el locazo nórdico de los 77 asesinatos, ha contribuido al debate reconociéndose monárquico. Al contar sus planes, explicó que quería atacar el Palacio, pero cuando la familia real no se encontrara allí. De haber sido español, le hubiera costado encontrar a alguien dentro.
En La Gaceta