miércoles, 18 de abril de 2012

El juancarlismo era esto

Juan Carlos I

Hughes

Es conocida la frase: Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son de un modo diferente. Quizás la demencia cinegética y la disgregación cosmopolita sean la forma borbónica de la infelicidad familiar, algo, por otra parte, tan normal. El español no era tanto juancarlista como familiero, y ha sido fallar al nieto y darle la espalda el pueblo, y quizás haya faltado piedad para entender que no se estaba tanto ante una crisis de la institución, como ante la crisis de un orden familiar.

El rey es cazador y no caza dinosaurios porque no quedan. Me imagino los safaris de nuestro rey tapioca como algo entre El Cazador de Cimino y Mogambo o Hatari, con algo de cinemascope. O El hombre que pudo reinar, pero que además reina. Quizás un poco como en Tropic Thunder, con hilaridad vietnamita y metálica tras las bestias. La caza es el dandismo final del rey, rey acotado, que tiene su desfogamiento en el absolutismo de la selva, cazando piezas, como cerrando el círculo con la llamada de la sangre, pues el origén borbón (borbón, ahora, suena a borbotón) está en los Capetos, que eran unos señores franceses remotamente carniceros. El rey está dando piezas al despedazamiento capeto, como preso de un atavismo.

¿Queremos que el rey represente a un Estado o que represente a su época? El rey, monarca auditado, es la soledad del símbolo, sin corte ni boato, sin familia, sin poderes, pero con yernos y una prensa que ahora le sale con la austeridad, como aspirando a una monarquía nórdica, sindicalizada, blanca y de trineo.
La selva es el palacio de Don Juan Carlos, harto de versallismos, y el elefante, con su trompa depuesta, era su moby dick, su ballena blanca.

El pueblo español quiere una monarquía representativa, es decir, que la monarquía represente a su tiempo, como un avatar de las costumbres. España no se pone de acuerdo en qué significa una monarquía y quiere que la familia real sea una familia de teleserie, que los Borbones sean La tribu de los Brady y Don Juan Carlos un Emilio Aragón beatífico y ejemplar que desayune con su prole rubia.

De algún modo, los cuñados, los yernos reales, han introducido la desconfianza humana intrínseca en el cuñado. Han cuñadizado a Su Majestad, al que le vemos lo que tiene de cuñado posible.

La monarquía se quiere nuevo funcionariado, una monarquía que ayer fuera dialogante y hoy austera, cada vez más cerca de su figura en cera, como un muñeco al que se saca de paseo, y se le vuelve a meter para que entre medias dé hijos y nietos y fotos perfectas para el Hola, el Gotha eterno y la composición mental del español.

El rey, en el próximo desfile, nos va a parecer más rey, más gallardo ante el paso de las tropas. Le hemos visto como un mercenario temible ante un elefante mustio. Rey bizarro y bizarre. Que se vayan retirando los  falsos juancarlistas y queden los últimos monárquicos, los que no se espantan de un fin de saga en la savana.

De algún modo, se ha roto el ensueño familiar de la monarquía, surgiendo algo más personal. Una monarquía verdaderamente individualista, solitaria; el verdadero juancarlismo. La majestad del símbolo en el trueno final de la edad.


Los Capetos