Hughes
Hace unos días venía en la prensa la noticia de un experto que aseguraba que los simios desarrollan comportamientos equiparables a la huelga humana. Si ante el mismo trabajo obtienen dispares recompensas, los simios cesan en el empeño. La huelga simiesca podría hacernos pensar en el rasgo darwinista del huelguismo, que nos ha hecho lo que somos, o en la animalidad huelguista, rastreable en Méndez, con su algo de bonobo albino. Si durante tiempo creímos que el hombre era homo faber, y luego supimos que se podría ser hombre sin trabajar y que incluso eso iba a ser lo normal, ahora nos enteramos de que el huelguismo tampoco es específicamente humano. Había algo grupal, gutural y asalvajado en la huelga, como un intento del hombre culturizado por salir al campo. Yo me imagino a los huelguistas en las praderas, rememorando una libertad anterior al trabajo, dando saltos de plenitud vitalista, y por eso me entristezco mucho cuando veo a Toxo, que es tan plenamente laboral.
Por lo que a mí respecta, me reservo siempre días antes de la huelga, holgazaneando para dar lo mejor de mí en el día señalado y busco en el estajanovismo una disculpa izquierdista para acudir a trabajar. Trabajo conmovedoramente, como rehén de alguna quinquenalidad. El izquierdismo es la huelga, acto del socialismo real, pero también el estajanovismo y si me acusan de burgués pongo cara de ruso mecanizado y le doy al teclado metalúrgicamente y así respondo con una figura mítica del universo izquierdista.
Ese redoble de mi esfuerzo obrero me sucede porque me siento observado en el día en que ir a trabajar se convierte en un acto consciente, en un libre albedrío.
Otra actitud habitual es la del trabajador derechista que se queja siempre del trabajo, pero que el día de huelga acude a su puesto silbando El puente sobre el río Kwai. El entusiasmo del trabajador muy de derechas es sospechoso y parece provenir del antagonismo político. Se trabaja un poco por joder.
De entre todas las manifestaciones de ese día, me quedo con la coquetería del huelguista indeciso. De aquel que jamás confiesa en su centro de trabajo si acudirá o no, como el equivalente obrero del indeciso electoral que tantos disparates políticos ha justificado. El indeciso cultiva su duda con un cierto narcisismo ideológico, como dejándose desear por los extremos -¿pero vendrás, no?-, y cuando al final aparece tras resolver un arduo debate consigo mismo, se le recibe como si llegara de vacaciones, con sonriente expectación. Este indeciso de la huelga lo que quiere, me parece a mí, es la alegría en el rostro del compañero.
Si algo tienen estos días es que nos permiten reflexionar sobre el acto de trabajar, que se llena de resonancias incómodas. La costumbre maquinal de ir al curro con automatismo zombi, sonámbulos en los polígonos rosados de la madrugada, adquiere una importancia excesiva: el deber, la ideología, el perpetuo narcisismo. Es decir, que vamos a trabajar como si pudiésemos elegir, como si siempre fuera un acto libre.