...10 de Junio de 1812
MADRID
Ignacio González, de 34 años, Mateo su hermano, de 21, entendidos por los Cigarros, y Gregorio Rodríguez, de 36 años, conocido por Cenacatrés, naturales los dos primeros de las Casas de Uceda, y el tercero de Villamandos, obispado de León, jornaleros, avecindados todos en la ciudad de Alcalá de Henares, asesinaron el domingo de Ramos 22 de marzo último entre seis y siete de la mañana al doctor D. Matías Brea, presbítero y canónigo de la magistral de aquella ciudad, degollándole a traición, y arrojándole vivo todavía al pozo de la casa que ocupaba.
Había ocupado Ignacio por espacio de dos años las habitaciones bajas de aquella casa, y sin embargo de que el canónigo difunto era su bienhechor, tenía pensado tal vez desde enero último irle robando, para lo cual fingiría haberse perdido una llave, que en cualquiera acontecimiento le franquease entrada por las puertas falsas.
En fin, le robó en pequeñas porciones algunas fanegas de trigo, y llegó a hacerse sospechoso; pero el doctor Brea no quiso dar cuenta a la justicia, y se contentó con que Ignacio y su familia fuesen desalojados de la casa bajo pretextos honrosos, haciéndole la última limosna en el momento mismo de la mudanza, que se verificó el 15 de marzo.
Resentido de haber perdido la habitación, formó el proyecto de asesinarle, girando un plan cuyas combinaciones malvadas duraron siete días.
Se previno tomando casa dentro de la ciudad, no para ocuparla, pues fue a vivir a la de un hermano, sino para quedarse con los cómplices dentro de la población que se cierra de noche, la que se destinase para el atentado. Fue varias veces a ponerle por obra. Contó con mano ejecutora, porque su descaro no bastaba a tolerar una mirada de su bienhechor expirando. Quiso primero fiar el golpe a la mano de su hermano Mateo. Buscaron proporciones, y habiendo salido fallidas todas, parece estaban en contraposición las medidas de seguridad que tomaba el doctor Brea, y la obstinación de sus enemigos, hasta que al fin, o con la llave que se hizo perdida desde enero, o con escalamiento, o empleando a la vez ambos medios, fueron los dos hermanos con Cenacatrés, y esperaron algunas horas en una cocina baja de la casa a que el canónigo bajase para ir a decir misa, y se pusiese a lavar las manos, como lo acostumbraba, en la fuente del patio, para sorprenderle a traición, y derramar en el suelo su sangre, fiando en que el agua de la fuente la lavase, y que el pozo ocultaría su delito mucho tiempo.
Ni aún el vil interés de robarle fue el móvil de este asesinato, dispuesto por pura venganza, porque el canónigo iba a salir de su casa, y viviendo solo, ellos hubieran podido robarle más que le quitaron hasta la hora de recogerse, que no volvería acaso.
Negativos al principio, todos han venido después a confesar su horrendo delito, calificándole más Cenacatrés con haberse fugado de la cárcel de Alcalá a las inmediaciones de dicha ciudad, donde ha sido cogido con una carabina cargada con dos pedazos de plomo mordidos y una bala; por estos excesos, y después de haber sido restituidos a la comunión eclesiástica con las solemnidades ordinarias, se les ha impuesto el 9 del corriente la pena de garrote, que han sufrido hoy, llevando al suplicio pendiente del cuello Cenacatrés la carabina, y todos un letrero que hacía indicación de sus delitos.
Ignacio González, de 34 años, Mateo su hermano, de 21, entendidos por los Cigarros, y Gregorio Rodríguez, de 36 años, conocido por Cenacatrés, naturales los dos primeros de las Casas de Uceda, y el tercero de Villamandos, obispado de León, jornaleros, avecindados todos en la ciudad de Alcalá de Henares, asesinaron el domingo de Ramos 22 de marzo último entre seis y siete de la mañana al doctor D. Matías Brea, presbítero y canónigo de la magistral de aquella ciudad, degollándole a traición, y arrojándole vivo todavía al pozo de la casa que ocupaba.
Había ocupado Ignacio por espacio de dos años las habitaciones bajas de aquella casa, y sin embargo de que el canónigo difunto era su bienhechor, tenía pensado tal vez desde enero último irle robando, para lo cual fingiría haberse perdido una llave, que en cualquiera acontecimiento le franquease entrada por las puertas falsas.
En fin, le robó en pequeñas porciones algunas fanegas de trigo, y llegó a hacerse sospechoso; pero el doctor Brea no quiso dar cuenta a la justicia, y se contentó con que Ignacio y su familia fuesen desalojados de la casa bajo pretextos honrosos, haciéndole la última limosna en el momento mismo de la mudanza, que se verificó el 15 de marzo.
Resentido de haber perdido la habitación, formó el proyecto de asesinarle, girando un plan cuyas combinaciones malvadas duraron siete días.
Se previno tomando casa dentro de la ciudad, no para ocuparla, pues fue a vivir a la de un hermano, sino para quedarse con los cómplices dentro de la población que se cierra de noche, la que se destinase para el atentado. Fue varias veces a ponerle por obra. Contó con mano ejecutora, porque su descaro no bastaba a tolerar una mirada de su bienhechor expirando. Quiso primero fiar el golpe a la mano de su hermano Mateo. Buscaron proporciones, y habiendo salido fallidas todas, parece estaban en contraposición las medidas de seguridad que tomaba el doctor Brea, y la obstinación de sus enemigos, hasta que al fin, o con la llave que se hizo perdida desde enero, o con escalamiento, o empleando a la vez ambos medios, fueron los dos hermanos con Cenacatrés, y esperaron algunas horas en una cocina baja de la casa a que el canónigo bajase para ir a decir misa, y se pusiese a lavar las manos, como lo acostumbraba, en la fuente del patio, para sorprenderle a traición, y derramar en el suelo su sangre, fiando en que el agua de la fuente la lavase, y que el pozo ocultaría su delito mucho tiempo.
Ni aún el vil interés de robarle fue el móvil de este asesinato, dispuesto por pura venganza, porque el canónigo iba a salir de su casa, y viviendo solo, ellos hubieran podido robarle más que le quitaron hasta la hora de recogerse, que no volvería acaso.
Negativos al principio, todos han venido después a confesar su horrendo delito, calificándole más Cenacatrés con haberse fugado de la cárcel de Alcalá a las inmediaciones de dicha ciudad, donde ha sido cogido con una carabina cargada con dos pedazos de plomo mordidos y una bala; por estos excesos, y después de haber sido restituidos a la comunión eclesiástica con las solemnidades ordinarias, se les ha impuesto el 9 del corriente la pena de garrote, que han sufrido hoy, llevando al suplicio pendiente del cuello Cenacatrés la carabina, y todos un letrero que hacía indicación de sus delitos.