Arlequín venteño para conmemorar, y citamos a Telemadrid,
"a las víctimas de los caídos en aquella (sic) levantamiento contra las tropas de Franco"
José Ramón Márquez
La primera sorpresa, al llegar a la Plaza, es que han pegado un cartel abominable en el que se ve a Arlequín como en actitud de hacer el paseíllo. Con la matraca del arte que se pegan los voceros de lo táurico se ve que no han encontrado otra manera de celebrar el día en que el pueblo de Madrid y tres oficiales de baja graduación se rebelaron contra los franceses que poniendo al arlequín, esa figura hasta cierto punto autobiográfica que, al decir de los que saben, usó Picasso como reflejo de la figura del artista y de su desarraigo de la sociedad. Pues ahí tenemos al arlequín de Las Ventas, de bastante menor mérito que los que hacía el malagueño a principios de los años 20, anunciando el 2 de mayo, como quien anuncia el baile de máscaras del Círculo de Bellas Artes. Y de manera, acaso premonitoria, he ahí al acróbata Arlechino, epítome del toreo contemporáneo de la contorsión y el volatín, llevándonos en volandas a esta Commedia dell’arte taurino de cada día, en la que Simón Casas interpreta el papel del astuto Brighella, Toñete hace las veces del torpe de Polichinela y el logrero de Julián el del Platillo, torero de Sevilla, se luce en el papel del rústico Truffaldino. Con estos divertimentos en el magín nos subimos a la localidad a encontrarnos con la sorpresa de que los toros son a las seis y media, y uno que tiene entre sus manías más queridas la de llegar con el paseíllo ya iniciado, de pronto se encuentra de bruces con la realidad del ruedo lleno de personas, con las rayas que tanto soliviantan a ciertos espectadores sin pintar y con la estupefacción de los amigos ante una llegada tan tempranera.
Tradicionalmente esta corrida del 2 de mayo es de las denominadas goyescas, con lo que ello significa, y ante el hecho goyesco hay que resaltar este año dos cosas: la primera es que no se vio en el tendido alto del 10 a ese simpático grupito de ancianos (¿contemporáneos de Goya?) que solían acomodarse en las inmediaciones del palco presidencial. Hacemos votos porque su ausencia se deba a alguna circunstancia pasajera y gocen por muchos lustros de la mejor salud. La segunda tiene que ver con los atuendos, propiamente dichos, de los del ruedo. Hoy había un matador que traía unas medias grises que eran como los calcetines que yo mismo llevaba puestos, otro con medias negras que parecía que se había llevado a la Plaza los calcetines Ejecutivo y, el premio especial de dar la nota, para un picador que entre la calzona negra y la chaquetilla, como un bote de tomate Campbell’s, parecía la bandera de la Falange o la de la CNT, elija cada cual la que le plazca más.
Para celebrar el día en que las gentes menos cosmopolitas del Madrid de principios del XIX decidieron ponerse a combatir a la francesada, los directivos del Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid, dirigidos por ese Patton del rollo taurómaco que es don Manuel Ángel Fernández Mateo, contrataron una corrida de la Ganadería de José Luis Pereda que resultó variada, entretenida e interesante. Lo del señor Pereda, a quien siempre se le apostilla lo de La Dehesilla, dicen que procede de Núñez, pero el quinto, Pensaíto, número 86, era un pedazo de Torrestrella de libro. Cada cual en su casa haga lo que le plazca con lo que le pertenece, porque da la impresión de que eso mismo es lo que hace don José Luis con el ganado de su propiedad, vaya por la cosa de La Dehesilla o por la de Pereda propiamente dicha, o las dos revueltas, que el hombre lleva cuarenta años con la ganadería y él mejor que nadie sabrá qué decisiones debe tomar con sus toros. La cosa es que hoy puso en Madrid seis toros de buena presentación, nada gordos, ofensivos y nobles y con neta predisposición a la cosa del caballo, lo cual es una gran noticia, a lo que se debe añadir que hubo uno que se fue a morir, con una emocionante muerte de bravo, en el tercio hacia los medios, que eso sí que es un notición porque ahora los toros siempre mueren en tablas, vaya usted a saber por qué. El primero de la tarde se llamaba Temeroso, número 28, acudió con presteza y vigor al caballo guateado que montaba Adrián Navarrete, partiendo la vara de detener y, como aquel famoso toro de Hernández Pla de hace mucho tiempo, pasó por debajo del caballo, en un lance realmente poco visto, provocando una caída espectacular, al alzar al arre con la espalda provocando su falta de apoyo.
Ni qué decir tiene que la mejor y más unánime ovación de la tarde fue para animar al penco cuando los solícitos monos le restituyeron a la posición de cuadripedestación. Luego Temeroso volvió al caballo con alegría y fe en sí mismo, enardecido por su derribo y pensando que allí se ataba a los perros con longaniza, pero ahí le esperaba el brazo vengativo del doctor Navarrete que no quiso dejar pasar la ocasión de resarcirse de la afrentosa caída recetándole acero a mansalva. Censuremos a Navarrete, especialmente por su falta de fair-play, y en cambio resaltemos la labor de David Prados, que picó con conocimiento y excelente actitud al segundo, Roedor, número 25, en el único puyazo que tomó (su otra entrada al caballo fue un mero simulacro) y a Jesús Vicente que agarró un gran puyazo al sexto, Valiente, número 91, sujetando con torería y sin cebarse la fuerte embestida del toro. En la parte equina la peor labor fue la de El Legionario, que recibió la agria crítica de la afición por su falta de monta y su trapacería.
Para la muerte a estoque de los Peredas, tres toreros de Madrid: el getafeño Cristian Escribano, el paisano de la Tía Javiera Francisco José Espada, de Fuenlabrada, y Ángel Sánchez, de Alcobendas. De los tres, el segundo venía sin apoderado.
Cristian Escribano en su primero digamos que estuvo siempre como a punto de hacer las cosas bien sin llegar a hacerlas del todo. Un mandón inicio de faena saliéndose con el toro con empaque y torería es la cal, y luego la arena de no acabar de dar el paso adelante y, de pronto, una fugacidad de naturales encajados y de gusto, otra de cal, y vuelta a la arena del amontonamiento. En esa tensión de si el torero se lo llegaba a creer o no se fue pasando la faena y no se puede decir, en honor a la verdad, que llegase a echar el borrón. Se le ve más maduro, más asolerado y menos ajulianado que aquel novillero que tanto nos espantó. En su segundo se mostró generoso hacia el toro, y hacia la afición, haciendo galopar al toro. Había comenzado saliéndose hacia afuera con él, andando, rematando con un inspirado pase de trinchera y a continuación le dio fiesta al toro que respondió con prontitud a los cites de Escribano, con lo que siempre gustó en Madrid ver galopar al toro hacia la muleta. Si nos ponemos de parte del torero podríamos argumentar que el toro se fue apagando y por eso la faena fue a menos; si argumentamos a favor del toro podríamos decir que la falta de colocación del torero durante la serie fue desengañando al toro y fue restando intensidad a la faena. Yo, personalmente, me decanto más por lo segundo. La cosa es que Escribano, en conjunto, dejó una buena impresión. A su primero lo mató de estocada chalequera soltando la muleta, a su segundo de estocada entera delanterita perdiendo la muleta, y un descabello.
Francisco José Espada firmó una faena de altibajos a su primero marcada por la impresión de las condiciones del toro, con un punto de violencia que producía una gran emoción. Pegó el aldabonazo en el inicio de la faena ligando un estatuario con uno por la espalda de los de quitar el hipo y a partir de ahí la parroquia comenzó a fijarse en su labor, en la que primaron la valentía y las ganas de decir ¡aquí estoy yo! a despecho de los avisos que le mandaba Roedor, número 25, especialmente una tarascada poniéndole los pitones en el pecho de manera espeluznante. Espada no se amilanó en ningún momento frente a Roedor e incuso sacó una más que estimable serie con la derecha plena de encaje y mando. Se perfiló en corto (¡en corto!) y dejó una buena estocada de buena ejecución y rápido efecto, que por sí misma vale la oreja que le dieron. En su segundo, el Pensaíto, la mayor parte de la cuestión corría por parte del torero y ahí se apreció su falta de rodaje para aprovechar las condiciones del animal. Se le jalearon los pases que el bicho se dio solo y los remates de pecho, pero en conjunto la labor de Espada fue de menor intensidad que en su primero, siendo el toro más manejable, acaso por su insistencia en acortar las distancias y ahogar al toro, que pedía a todas luces más aire. Lo despenó con una estocada baja y habilidosa.
Ángel Sánchez está firme y seguro ante el toro, y eso se nota. La faena a su primero la inició de manera muy mandona, muy poderosa, y acabó echando al toro al suelo. El animal que se levantó había cambiado y no estaba tan decidido a acudir al cite como antes; Sánchez porfió con el toro bajando la mano y aguantando parones y miradas, consiguió algún natural, planteó con firmeza su verdad, tragó y no se amilanó. Terminó con su oponente con un pinchazo echándose fuera y una estocada algo caída. Su segundo, Valiente, número 91, fue el garbanzo negro del encierro, pese a la gran brega de Iván García, resultó deslucido y de poco aprovechamiento. Sánchez tomó rápidamente conciencia de la inútil condición del toro y en seguida decidió acabar con él de dos metisacas, cinco pinchazos, otro metisaca y una estocada baja, tendida y atravesada, y todo eso sin que llegase a sonar un solo aviso.
En resumen: una entretenida y variada tarde de toros donde además brillaron con los palos Raúl Cervantes, Iván García y Raúl Ruiz.
FOTOS: ANDREW MOORE
Cristian Carnicero Escribano, natural de Getafe, Madrid (29 de abril de 1991)
y vecino de Esquivias, Toledo
El hernandezplá que se marcó Temeroso bajo el penco de guatas turbulentas de Navarrete
Francisco José Espada Montero, natural de Fuenlabrada, Madrid (17-9-1993)
Ángel Sánchez, Madrid (1996)