Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Ante la politología andante, hay que preguntarse por qué España sólo ha dado un pensador político desde Donoso Cortés, y entre medias, Pío Baroja, que no es pensador, sino observador, pero el único intelectual que ha aguantado el paso del tiempo, por dos razones: su astucia aldeana para “leer” la realidad y su independencia (vivía, mal o bien, de sus novelas, no del toque, que en España siempre es al “Estao”).
Baroja vuelve un día a la plaza de Oriente, a recordar la tarde de la revolución del 31 en esa plaza:
–La Reina Victoria Eugenia estaba en Palacio, sola con sus hijos, sin defensores, rodeada de una turba curiosa. Todos los fieles la habían abandonado, comenzando por su marido. ¡Qué miseria!
Baroja, poco entusiasta de las muchedumbres, miraba a la turba con recelo. Menos mal, dice, que los jefes no tenían la técnica violenta que luego adoptarían “por imitación de los rusos y los alemanes”.
–La gente pensaba en la revolución como una fiesta.
Unos meses antes, Ortega había invitado a Baroja para hablar en la redacción de la “Revista de Occidente”. El filósofo le dice que “la vida de la Monarquía es cuestión de meses” y que quienes tengan “sentido político” (logreros, para el vulgo) deben estar atentos.
–Le dije lo que pensaba: una revolución en España sería algo horroroso, que uniría la esterilidad y la pedantería con crueldades horribles. Añadí que ya sabía que nadie me iba a llamar a mí, y que yo tampoco pensaba intervenir en nada.
Pero Ortega quiere regenerar España (¡Huid de los regeneracionistas!) con un cambio mágico.
–Yo auguraba algo muy malo, y acerté. No tiene mérito. Pero pienso en la contradicción que se vería entre Ortega y yo: él, conservador y autoritario, pensando en tumbar una Monarquía; yo, individualista y crítico, deseando que la Monarquía se sostuviera, o todas las posibilidades de ser escritor independiente se vendrían abajo.
¡Independencia mental!
Ortega venía del “Estao” de Hegel, y Baroja, de la ética de Montaigne.