Crónica de José Ramón Márquez
Fotos de Andrew Moore
Para torear bien, el toro tiene que tener ritmo
Juan Pedro Domecq Morenés
José Ramón Márquez
En esto de la afición a los toros la memoria es algo muy importante. La memoria que nos transmitieron nuestros abuelos, que alcanzaron a ver a Gallito, y la memoria propia nutrida de tantas tardes sentados en la piedra berroqueña. Por eso es que cuando hoy se ha iniciado el paseo y ha comenzado a caminar Manuel Jesús El Cid, vestido de azul y oro, tras de los alguaciles en el que dicen que será su último paseíllo en un San Isidro, no estábamos viendo caminar hacia la Presidencia a un torero más, como tantas tardes, pues lo que caminaba era la memoria de las dieciséis o diecisiete faenas inolvidables que nos ha dejado en usufructo, muchas de ellas en San Isidro, en las que, contra todo el mainstream, ha reivindicado la tauromaquia a la que bajo ningún concepto queremos renunciar: la de hacer correr al toro en el viaje largo, la del mando, la de la inmutable ley del toreo al natural, la del toreo sin trampa ni cartón, la de los victorinos y los hernándezpla, la que va de arriba abajo, la de la bamba de la muleta y hacia adentro y la pierna hacia adelante… Y mientras asistíamos a la perversión del toreo en esa línea oscura que nació inocentemente de Damáso, se fortaleció y tomó carta de naturaleza en Espartaco y floreció en Julián de San Blas, ese estilo de toreo cuyo valor esencial es el temple, ahí hemos tenido a El Cid reivindicando, la última vez en otoño de 2013, la tauromaquia esencial, la de parar y mandar, la de templar y cargar la suerte, la tauromaquia vertical y recia que nadie apenas practica y que es denostada a poco que tengan ocasión por los pelmazos de lo escrito-televisivo-radiofónico, pues no se ajusta a lo que dicen que se estila. Manuel Cid, torero de bache en el que le metieron con gran fortuna los que no soportaron su independencia, torero que no ha hecho ascos a compañeros ni a ganaderías, torero de Madrid nacido en Salteras.
Y junto a El Cid, López Simón y Roca Rey y los toros de Parladé en el primer cartel de “No hay billetes” de lo que llevamos de Feria, que el mérito del cartelito es por completo responsabilidad de Roca Rey, no vaya a confundirse alguien.
De lo de Parladé baste con decir que ostentaban divisa negra, de negro luto por la casta, por la acometividad, por la bravura, por todo lo que debería distinguir al toro de lidia del toro de granja. Recordemos que en enero se anunció que ya dejaban de herrar reses con el hierro de Parladé, así que la corrida de hoy es, posiblemente, la última que veamos con ese hierro, y visto lo visto es lo mejor que puede pasar porque a fin de cuentas ¿para qué andar mancillando el viejo hierro? Para herrar bichos como los de esta postrera corrida, mejor dejarlo colgado de un clavo. Sin entrar en muchas honduras diremos que la falta de fuerzas y la bobería han sido las principales notas de los seis Parladé de la despedida y cierre. El primero se fue al suelo antes aún de entrar al caballo, y lo de entrar al caballo es un decir, porque hoy la verdad es que apenas se ha picado, con lo que eso significa para el buen entendedor. El segundo era eminentemente un buey, un buey a la busca de una carreta o un arado. El tercero parecía un villancico pues cae y cae y vuelve a caer y es enviado de vuelta a la mazmorra para ser sustituido por uno de Mayalde. El cuarto era el típico tío feo que siempre hay en cualquier reunión. El quinto era gordo, grande, débil, badanudo y manso; en palabras del aficionado C. era como esos toros souvenir que venden en la Plaza Mayor para los turistas, negro y con pitones blancos. El sexto, que no era un dechado de vigor, estaba dotado de esa tontería congénita que es tan del gusto de algunos. En realidad el único que por morfología, por hechuras, por pitones y por remate parecía un auténtico juampedro fue el que no había criado don Juan Pedro, es decir el castaño del Conde de Mayalde. O sea que, visto lo visto, no derramaremos ni una lagrimita por la extinción del prescindible hierro de Parladé.
Madrid le pegó una ovación de lujo a El Cid y los que habían venido a ver a Roca ni se enteraban de por qué, ni falta que les hacía saberlo. En su primero Manuel Jesús puso en marcha sus modos de los últimos tiempos, tan distantes de los que le han hecho grande. Siempre hemos dicho que el toreo de El Cid sólo admite la verdad, que cada vez que se ha querido ir a la mixtificación que impera no ha sido capaz de vencer ni de convencer, que él no es torero de cuchufletas y que cada vez que ha intentado practicar esas cucamonas del neotoreo ha quedado muy al descubierto el engaño y no ha sido capaz de conectar con el tendido. A El Cid se le demanda colocación, firmeza, mando, y clasicismo y todo lo que salga de eso es perder el tiempo. En su segundo hizo galopar al toro para recibirle con la derecha sin acabar de estar metido con el toro, compuso una faena “aseada”, y esto es algo que no debe tomarse como elogioso, y en un fulgor enhebró un natural, un solo natural, de los que hacen soñar. Fue despedido con cariño y esperemos que en otoño, en su despedida de Madrid, nos deje como legado su última gran faena, que nos debe una, aunque no mate.
López Simón venía muy concienciado de lo que sea. Se ve que su apoderado le había leído bien la cartilla para que abandonase su introspección psicológica de los últimos tiempos, y ahí estuvo desde el principio entrando a quites y queriendo dejar claro que él no venía a Las Ventas como un comparsa entre la historia de El Cid y la promesa de Roca Rey. A López Simón le ha ido de perlas en su vida taurina venteña la táctica del 1+1, lo de cortar una oreja en cada toro y asegurar la salida a cogote de capitalista. Hoy ha parecido que lo trataba de intentar, pero la condición mansurrona, boba y desprovista de peligro de su segundo ha hecho fracasar su estrategia. En su primero estuvo haciendo cositas por la espalda, como para competir con Roca en su tauromaquia lumbar y planteó un trasteo de muy poca enjundia en el que trajo y llevó al toro de manera rectilínea, en ese toreo en paralelo que postulan por ahí, y como el cacho de tonto del toro no le acuciaba con cosas desagradables como parones, miradas o derrotes y se tragaba toda la farfolla que le echaba el de Barajas, el hombre fue echando el rato, pero lo que le dio la oreja fueron las bernardas, las imprescindibles bernardas de cada tarde, que dio la impresión de que muchos se despertaron de la modorra con las bernardas y ya una vez despertados, lo suyo era pedir la oreja. Otra oreja olvidable cuyo mérito pertenece casi por completo al bobalicón de Numerario, número 20, que a estas horas estará transformado en dos medias canales dentro de una cámara frigorífica. Su segundo era muy manso. Lo recibió frente a chiqueros haciendo el cuerpo a tierra, pero el toro no quería líos. Acabó huyendo de López Simón cuando le vio con la franela y fue a buscar abrigo en las tablas del 7. Allí se fue el matador a dar una pequeña sinfonía de medios pases y de chicotazos pegado a la barrera, a ver si aquello funcionaba. Mi opinión es que si el bicho hubiese tenido el mínimo fuelle como para que le sacase tres bernardas lo mismo le habían dado otra oreja, pero como el animal no tenía vigor para eso, se echaron a perder las ilusiones de López. Al recibir el hierro se fue del 7 andando en sentido contrario al de las agujas del reloj hasta chiqueros y recaló en el 1 donde fue cazado con la cruceta.
Y ya, por fin, Roca, que es al que la mayoría de la gente había venido a ver. A su primero de verdad, el de Mayalde le quiso torear por la espalda casi de salida y el resultado fue que el toro le prendió y le zarandeó, le rompió el vestido y nos dejó a la vista el traje de buzo “anticornadas” que porta debajo de los oros. El tejido vale una pasta, pero es de probada efectividad pues después de estar el torero prendido, lanzado por los aires y zarandeado el parte habla de sólo seis centímetros que no impiden continuar la lidia, o sea que la cosa funciona. En este primero, sea por lo que sea, no acabó Roca de decir “¡aquí estoy!” y nos dejó la olvidable sensación de un toreo verbenero y vulgar, trayendo y llevando al Carcelero, número 17, sin pena ni gloria y sin acudir a sus afamados pases dorsales, que es lo que la mayoría de sus fans habían venido a ver. En su segundo, tras el paso por el dispensario, ya no se veía el buzo de teflón y, mirado por el lado derecho, recordaba a Christopher Lee en “La momia” (Terrence Fisher, Hammer Productions. 1959) Tras un cero pelotero en la cosa del capote, que lleva un capote que parece que le ha robado la carpa al Circo Mundial, la inexistencia del tercio de varas y un divertido tercio de banderillas en que los peones, como un homenaje a los tertulianos de la radio, dejaron las cosas blanco (las banderillas) sobre negro (el toro), Roca comenzó a dar a sus fans lo que habían venido a ver y esto principió con tres pedresinas que pusieron Las Ventas como una olla express y luego el más perfecto recital de neotorero que pueda concebirse donde Roca demostró que tiene unas óptimas condiciones para hacer el toreo bueno, pero que no le da la gana hacerlo y que si toreando por las afueras, a base de una impresionante muñeca, a base de pensar en la cara del toro, a base de ligazón es capaz de volver loca a un Plaza, para qué se va a esforzar en tomar otra senda. Roca organizó, con la connivencia del cacho bobo de Maderero, número 22, un lío monumental basado en la técnica, para nada en el mando ni en la colocación, que puso de acuerdo a muchísimos. En cierto modo Roca dio lo que la mayoría había venido a ver y no dejó pasar la ocasión de escanciar su vino de pitarra con generosidad, que no todo en la vida ha de ser Vega Sicilia, creando un ambiente festivo muy grato. Podemos reseñar la primera tanda de naturales como lo mejor de su labor, sin ser para tirar cohetes, aunque lo que funcionó de veras fue el ensamblaje de la faena, toda ella cosida, sin tiempos muertos, mantenida en el mismo tono desde el principio hasta un fin marcado por el inevitable tributo a las pestilentes bernardas, por supuesto, y una magnífica estocada arriba hasta la gamuza tomando al toro en corto que es, sin lugar a dudas, lo mejor del conjunto de su actuación.
Le esperamos con los de Adolfo, a ver cómo es capaz de poner en marcha esto de hoy teniendo enfrente a toros.
Y junto a El Cid, López Simón y Roca Rey y los toros de Parladé en el primer cartel de “No hay billetes” de lo que llevamos de Feria, que el mérito del cartelito es por completo responsabilidad de Roca Rey, no vaya a confundirse alguien.
De lo de Parladé baste con decir que ostentaban divisa negra, de negro luto por la casta, por la acometividad, por la bravura, por todo lo que debería distinguir al toro de lidia del toro de granja. Recordemos que en enero se anunció que ya dejaban de herrar reses con el hierro de Parladé, así que la corrida de hoy es, posiblemente, la última que veamos con ese hierro, y visto lo visto es lo mejor que puede pasar porque a fin de cuentas ¿para qué andar mancillando el viejo hierro? Para herrar bichos como los de esta postrera corrida, mejor dejarlo colgado de un clavo. Sin entrar en muchas honduras diremos que la falta de fuerzas y la bobería han sido las principales notas de los seis Parladé de la despedida y cierre. El primero se fue al suelo antes aún de entrar al caballo, y lo de entrar al caballo es un decir, porque hoy la verdad es que apenas se ha picado, con lo que eso significa para el buen entendedor. El segundo era eminentemente un buey, un buey a la busca de una carreta o un arado. El tercero parecía un villancico pues cae y cae y vuelve a caer y es enviado de vuelta a la mazmorra para ser sustituido por uno de Mayalde. El cuarto era el típico tío feo que siempre hay en cualquier reunión. El quinto era gordo, grande, débil, badanudo y manso; en palabras del aficionado C. era como esos toros souvenir que venden en la Plaza Mayor para los turistas, negro y con pitones blancos. El sexto, que no era un dechado de vigor, estaba dotado de esa tontería congénita que es tan del gusto de algunos. En realidad el único que por morfología, por hechuras, por pitones y por remate parecía un auténtico juampedro fue el que no había criado don Juan Pedro, es decir el castaño del Conde de Mayalde. O sea que, visto lo visto, no derramaremos ni una lagrimita por la extinción del prescindible hierro de Parladé.
Madrid le pegó una ovación de lujo a El Cid y los que habían venido a ver a Roca ni se enteraban de por qué, ni falta que les hacía saberlo. En su primero Manuel Jesús puso en marcha sus modos de los últimos tiempos, tan distantes de los que le han hecho grande. Siempre hemos dicho que el toreo de El Cid sólo admite la verdad, que cada vez que se ha querido ir a la mixtificación que impera no ha sido capaz de vencer ni de convencer, que él no es torero de cuchufletas y que cada vez que ha intentado practicar esas cucamonas del neotoreo ha quedado muy al descubierto el engaño y no ha sido capaz de conectar con el tendido. A El Cid se le demanda colocación, firmeza, mando, y clasicismo y todo lo que salga de eso es perder el tiempo. En su segundo hizo galopar al toro para recibirle con la derecha sin acabar de estar metido con el toro, compuso una faena “aseada”, y esto es algo que no debe tomarse como elogioso, y en un fulgor enhebró un natural, un solo natural, de los que hacen soñar. Fue despedido con cariño y esperemos que en otoño, en su despedida de Madrid, nos deje como legado su última gran faena, que nos debe una, aunque no mate.
López Simón venía muy concienciado de lo que sea. Se ve que su apoderado le había leído bien la cartilla para que abandonase su introspección psicológica de los últimos tiempos, y ahí estuvo desde el principio entrando a quites y queriendo dejar claro que él no venía a Las Ventas como un comparsa entre la historia de El Cid y la promesa de Roca Rey. A López Simón le ha ido de perlas en su vida taurina venteña la táctica del 1+1, lo de cortar una oreja en cada toro y asegurar la salida a cogote de capitalista. Hoy ha parecido que lo trataba de intentar, pero la condición mansurrona, boba y desprovista de peligro de su segundo ha hecho fracasar su estrategia. En su primero estuvo haciendo cositas por la espalda, como para competir con Roca en su tauromaquia lumbar y planteó un trasteo de muy poca enjundia en el que trajo y llevó al toro de manera rectilínea, en ese toreo en paralelo que postulan por ahí, y como el cacho de tonto del toro no le acuciaba con cosas desagradables como parones, miradas o derrotes y se tragaba toda la farfolla que le echaba el de Barajas, el hombre fue echando el rato, pero lo que le dio la oreja fueron las bernardas, las imprescindibles bernardas de cada tarde, que dio la impresión de que muchos se despertaron de la modorra con las bernardas y ya una vez despertados, lo suyo era pedir la oreja. Otra oreja olvidable cuyo mérito pertenece casi por completo al bobalicón de Numerario, número 20, que a estas horas estará transformado en dos medias canales dentro de una cámara frigorífica. Su segundo era muy manso. Lo recibió frente a chiqueros haciendo el cuerpo a tierra, pero el toro no quería líos. Acabó huyendo de López Simón cuando le vio con la franela y fue a buscar abrigo en las tablas del 7. Allí se fue el matador a dar una pequeña sinfonía de medios pases y de chicotazos pegado a la barrera, a ver si aquello funcionaba. Mi opinión es que si el bicho hubiese tenido el mínimo fuelle como para que le sacase tres bernardas lo mismo le habían dado otra oreja, pero como el animal no tenía vigor para eso, se echaron a perder las ilusiones de López. Al recibir el hierro se fue del 7 andando en sentido contrario al de las agujas del reloj hasta chiqueros y recaló en el 1 donde fue cazado con la cruceta.
Y ya, por fin, Roca, que es al que la mayoría de la gente había venido a ver. A su primero de verdad, el de Mayalde le quiso torear por la espalda casi de salida y el resultado fue que el toro le prendió y le zarandeó, le rompió el vestido y nos dejó a la vista el traje de buzo “anticornadas” que porta debajo de los oros. El tejido vale una pasta, pero es de probada efectividad pues después de estar el torero prendido, lanzado por los aires y zarandeado el parte habla de sólo seis centímetros que no impiden continuar la lidia, o sea que la cosa funciona. En este primero, sea por lo que sea, no acabó Roca de decir “¡aquí estoy!” y nos dejó la olvidable sensación de un toreo verbenero y vulgar, trayendo y llevando al Carcelero, número 17, sin pena ni gloria y sin acudir a sus afamados pases dorsales, que es lo que la mayoría de sus fans habían venido a ver. En su segundo, tras el paso por el dispensario, ya no se veía el buzo de teflón y, mirado por el lado derecho, recordaba a Christopher Lee en “La momia” (Terrence Fisher, Hammer Productions. 1959) Tras un cero pelotero en la cosa del capote, que lleva un capote que parece que le ha robado la carpa al Circo Mundial, la inexistencia del tercio de varas y un divertido tercio de banderillas en que los peones, como un homenaje a los tertulianos de la radio, dejaron las cosas blanco (las banderillas) sobre negro (el toro), Roca comenzó a dar a sus fans lo que habían venido a ver y esto principió con tres pedresinas que pusieron Las Ventas como una olla express y luego el más perfecto recital de neotorero que pueda concebirse donde Roca demostró que tiene unas óptimas condiciones para hacer el toreo bueno, pero que no le da la gana hacerlo y que si toreando por las afueras, a base de una impresionante muñeca, a base de pensar en la cara del toro, a base de ligazón es capaz de volver loca a un Plaza, para qué se va a esforzar en tomar otra senda. Roca organizó, con la connivencia del cacho bobo de Maderero, número 22, un lío monumental basado en la técnica, para nada en el mando ni en la colocación, que puso de acuerdo a muchísimos. En cierto modo Roca dio lo que la mayoría había venido a ver y no dejó pasar la ocasión de escanciar su vino de pitarra con generosidad, que no todo en la vida ha de ser Vega Sicilia, creando un ambiente festivo muy grato. Podemos reseñar la primera tanda de naturales como lo mejor de su labor, sin ser para tirar cohetes, aunque lo que funcionó de veras fue el ensamblaje de la faena, toda ella cosida, sin tiempos muertos, mantenida en el mismo tono desde el principio hasta un fin marcado por el inevitable tributo a las pestilentes bernardas, por supuesto, y una magnífica estocada arriba hasta la gamuza tomando al toro en corto que es, sin lugar a dudas, lo mejor del conjunto de su actuación.
Le esperamos con los de Adolfo, a ver cómo es capaz de poner en marcha esto de hoy teniendo enfrente a toros.
Manuel Jesús Cid, El Cid, de azul y oro
Pinchazo, media y dos descabellos (palmas)
Pinchazo hondo (aviso, saludos)
no estábamos viendo caminar hacia la Presidencia a un torero más,
como tantas tardes, pues lo que caminaba era la memoria de las dieciséis
o diecisiete faenas inolvidables que nos ha dejado en usufructo,
muchas de ellas en San Isidro, en las que, contra todo el mainstream,
ha reivindicado la tauromaquia a la que bajo ningún concepto
queremos renunciar
la de hacer correr al toro en el viaje largo, la del mando,
la de la inmutable ley del toreo al natural, la del toreo sin trampa ni cartón,
la de los victorinos y los hernándezpla, la que va de arriba abajo,
la de la bamba de la muleta y hacia adentro y la pierna hacia adelante
A El Cid se le demanda colocación, firmeza, mando, y clasicismo
y todo lo que salga de eso es perder el tiempo
De lo de Parladé baste con decir que ostentaban divisa negra,
de negro luto por la casta, por la acometividad, por la bravura,
por todo lo que debería distinguir al toro de lidia del toro de granja
Alberto López Simón, de azul marino y oro
Estocada baja (aviso, oreja)
Pinchazo hondo y descabello (palmas)
lo que le dio la oreja fueron las bernardas, las imprescindibles bernardas
de cada tarde, que dio la impresión de que muchos se despertaron de la modorra
con las bernardas y ya una vez despertados, lo suyo era pedir la oreja
Otra oreja olvidable cuyo mérito pertenece casi por completo al bobalicón
de Numerario, número 20, que a estas horas estará transformado
en dos medias canales dentro de una cámara frigorífica
Para herrar bichos como los de esta postrera corrida, mejor dejarlo
colgado de un clavo. Sin entrar en muchas honduras diremos que
la falta de fuerzas y la bobería han sido las principales notas de
los seis Parladé de la despedida y cierre
Andrés Roca Rey, de canela y oro
Estocada baja (aplausos)
Estocada (dos orejas y salida por la Puerta Grande)
el toro le prendió y le zarandeó, le rompió el vestido
y nos dejó a la vista el traje de buzo “anticornadas” que porta
debajo de los oros
El Rey del 'pressing catch'con el quijote (parte de la armadura
que protege el muslo) al aire
[RoboCop, de Paul Verhoeven, trata temas amplios, como la manipulación mediática,
la resurrección, la gentrificación, la corrupción política, la privatización,
el capitalismo, la masculinidad y la naturaleza humana]
(Wikipedia)
El joven torero se levantó maltrecho, con destrozos en su ropa, pero con la piel intacta. Eso se supone porque la taleguilla rota dejó al descubierto unas medias negras, algo así como un pantalón de neopreno —o unas mallas metálicas hasta las rodillas o un escudo antibalas, quién sabe— del que, por el momento, se desconoce su utilidad. Poco duró el sorprendente y peculiar espectáculo, porque el mozo de espadas dióse prisa en vendar toda la zona afectada, con lo que Roca Rey quedó mitad momia y mitad torero.
Antonio Lorca / El País
En este primero, sea por lo que sea, no acabó Roca de decir “¡aquí estoy!”
y nos dejó la olvidable sensación de un toreo verbenero y vulgar,
trayendo y llevando al Carcelero, número 17, sin pena ni gloria y sin acudir
a sus afamados pases dorsales
Tras un cero pelotero en la cosa del capote, que lleva un capote
que parece que le ha robado la carpa al Circo Mundial,
la inexistencia del tercio de varas y un divertido tercio
de banderillas
Roca comenzó a dar a sus fans lo que habían venido
a ver y esto principió con tres pedresinas que pusieron Las Ventas
como una olla express y luego el más perfecto recital de neotorero
que pueda concebirse
Dime si no lo que piensas
o crees tú que es el toreo
-Parar, mandar y templar
¿Y qué entiendes tú por eso?
¡Hombre! lo que tú, supongo
Supones mal Baldomero
Lo difícil, lo arriezgao,
y lo grande y lo perfeto
es que el torero no pise
nunca al toro su terreno
¡Y venga cortar orejas
pa amenizar el festejo!