jueves, 30 de mayo de 2019

Vetos

El centrismo de toda la vida

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

La causa de que a nadie escandalice el espectáculo de la subasta del poder en la lonja política (la clase política vive de su propio espectáculo) es que la propaganda llama democracia al arte de pactar, arte oligárquico por excelencia.
Donde hay pacto no hay democracia (régimen de mayoría: un hombre, un voto, y capador el que más chifle), sino corrupción, que surge de la necesidad de pactar, razón por la cual los ingleses, salvo en caso de guerra, aborrecen el pacto, por la traición al electorado (en Inglaterra sí hay principio representativo) que implica todo mestizaje ideológico. En España, en cambio, estamos a nada de tener gestores de voto como tenemos gestores de renta que nos hacen la declaración: un asesor que te diga a qué sigla votar para que de la batidora del consenso salga la sigla más parecida a la que te gusta para romper la piñata de la Operación Chamartín.
La rótula del pactismo en el Estado de Partidos es el Centro, con Rivera de viajante gubernamental, Saza en pantalón de pitillo (¿o son los leotardos de Roca Rey?), y los centristas ocupan el lugar de los abogados en el chiste de Reagan a su secretario de Justicia:
¿Sabes por qué utilizan abogados en vez de ratones en los laboratorios? Por tres motivos: porque hay muchos, porque ningún científico llega a encariñarse con ellos y porque hay cosas que los ratones se niegan a hacer.
Ahora estamos en el paripé de levantar los vetos del tactismo electorero. No hablamos del veto chic del corrupto Mirabeau, ídolo de Ortega, que prefería vivir entre otomanos bajo un sultán con derecho de veto que en Francia bajo un monarca sin veto, sino del veto batueco, el de los políticos de Isabel II que vetan al general Prim y el de los socialistas que vetan a Maura como lo hizo el energúmeno de Pablo Iglesias el 10 de julio de 1910:
–Para impedir que el señor Maura vuelva al poder, ya dije en otra parte que mis amigos estaban dispuestos al atentado personal.
Luego vendría el veto socialista al pobre Lerroux