Unay Emery y Pablo Villa en un Chelsea-City
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Es sabido que hasta el aficionado al fútbol más purista no es del todo neutral porque siempre hay algo, un mínimo detalle si quiere usted, que lo inclina en favor de un equipo del que ni es hincha, ni de su pueblo, ni siquiera de su país.
En la final de la Europalí entre el Arsenal y el Chelsea, un servidor se inclinaba por el Arsenal como hubiera torcido hacia el Chelsea si Unay Émery, el detalle, estuviera sentado en el banquillo de los, dicen, “pijos” de Londres. Me cae bien, muy bien Émery. Me ganó para su causa en un paseo por Córdoba cuando vino como jugador del Leganés tras dejar un Burgos al que la FEF y el difunto Quintano Vadillo apearon de 2ª por no constituirse en SA. El contubernio en el que algo tendría que ver el Levante, creo yo, ocurrió en 2002. Al poco, con ocasión del Córdoba-Leganés le eché cara y rondé el hotel para hacerme el encontradizo por ver si me contaba algo de aquella pretemporada inútil: “Joé, ya tenía casa en Burgos y estaba muy a gusto con Carlos Terrazas que es un tío fenomenal. Además Burgos es ideal para vivir”. En aquél Leganés jugaban futuros inquilinos de El Arcángel como Sívori, Lawal y Pablo Villa, un hombre de ley, que con el tiempo sería un símbolo del cordobesismo. Cordobesismo orgulloso de ver al penúltimo de sus héroes sentado hoy en Londres y ayer en París como segundo de Unay, en una demostración ejemplar de lo que significa la amistad y lealtad en el fútbol.
No nos perdamos, que también hay amistades en el fútbol que te pueden llevar por el camino de la amargura. El personaje de la final es Hazard, el nuevo 10 del Madrid, que para acabar de convencer a D. Florentino sobre lo beneficioso de su contratación ha soltado un puñado de vistosas pinceladas en el extraño escenario que la UEFA dispuso para su mayor gloria. Estuvo inspirado Hazard. Y Giroud, un delantero centro a la francesa. De ésos que no entusiasman; que a veces te cabrean... pero de los que sabes que son buenos y capaces de regalarte maravillas visuales como el escorzo en el 1-0 que heriría de muerte a los cañoneros. Giroud abrió la lata y Hazard comió y repartió todo lo que había dentro. El Arsenal con una defensa temblona ¿por qué no jugará Mustafi? donde Maitland-Niles, el lateral derecho, no es rápido sino precipitado, un centro del campo desacertado donde quizás haya que achacar a Unay el error de encomendar a Özil el marcaje de Jorginho y si para rematar la mala tarde el dúo letal de arriba Lacazzete-Aubumeyang desaparecen del partido lo normal es caer ante un rival de, ante todo, mejor plantilla, más en forma y sobre todo mucho más inspirado. ¿Qué decir de ése Pedrito, talismán de finales? ¿Y de la menuda y pesadillesca presencia de Kanté? Hasta Christenssen y David Luiz, a los que puede que mire mal, me gustaron. De Kepa, el portero que no quiso Zidane, decir que no tuvo trabajo y baste con esta circunstancia para no poner ningún pero al triunfo del Chelsea que ganó porque fue mejor.
Hoy, los de la peña echamos el día en la feria y me da que no vamos a hablar de la final de ayer ni la del sábado. El tema entre cordobesistas, además del incierto futuro del club, tiene como protagonista a Raúl Bravo, el héroe de los tatuajes llamativos que dio el pase de gol con el que ascendimos a Primera; a Íñigo López que también vistió de verdiblanco. Como Emilio Vega, director deportivo al que han llamado a declarar en el turbio asunto de las apuestas, pasó de Córdoba a Huesca. Hasta Carlitos Caballero, capitán que fue del equipo, ha tenido que dar explicaciones.
No sé. A mí las apuestas me tienen mosqueado hace tiempo y les prometo que hay errores en las áreas que me escaman. Pactar un empate para salvarse, devolver un favor entre clubes, arreglar una hecatombe a la desesperada son anomalías con las que hemos convivido y hemos aceptado con cierta conmiseración tácita. La tremenda adulteración a la que nos pueden llevar las mafias organizadas no creo que sea ni soportable ni rentable.