Juan Carlos Aragón Becerra
Oh Capitán, mi capitán
Javier Gómez Fernández
Yo no soy gaditano. Ni siquiera he sido nunca lo suficientemente hippie para llevarme el camping gas a los Caños. No conocí en Cádiz la Torre de Preferencia. No me había fijado nunca en el Colorado, que es lo mismo que Conil. Al lado. Quizá por mi padre, me di cuenta que en el sur puede ser que nos importen las cosas un poco menos.
No me di cuenta hasta muy tarde de lo que suponía el servilismo de las marmotas de Andalucía. Que a Arantxa, con cierto rencor, la brisa le quemaba su piel fina y castellana. A mí, que los giros de guion me parecían traicioneros, no podía por más que sentirme extraño con aquella melena en lo alto del patíbulo. Cuando todavía se podía cantar que la mujer era enemiga. Uno, que en concertado estaba, y se quedaba embobado hasta la hora de ir a la cama.
–Tata, hoy hasta menos cuarto, que cantan los que van de angelitos.
Los Ángeles Caídos. Nunca se describió mejor, como cuando don Ángel dijo: “He salido en comparsas, y he salido en barbaridades”. Qué barbaridad, Juan. Qué barbaridad que en una de esas noches de mayo de sábanas calientes, te tengas que ir. Qué barbaridad, Capitán Veneno, con todos los males que espantaste por la garganta.
No sé si esto es una playa con cara de pena, o si baila encendida y desnuda bajo el cielo. No sé nada de Bohemia, de Príncipes que vinieron a pregonar a mi tierra. Es más, creía saber algo de Venecia, por haberla visitado, y te afeé la conducta el primer día. Me pasa por no hacerle caso a mi madre, que estuvo cantando “¡Oh Donna mia, veneciana!” hasta que salí casi corriendo de mi último partido como jugador porque quería escucharlo en directo.
Me tuve que cabrear y negarme a escucharos pedir perdón. Y se me pasó en el mismo momento en que, estudiando Farma, no me resistí a memorizar el pasodoble. Desde entonces, en cuanto que llego a la isla encerrada entre el cielo y el mar, me descalzo por religión. Desde entonces, llevo los dos coloretes pintados. Desde entonces, me he encaprichado con comprarme una Guayabera y contemplar a las golondrinas beber en la Caleta.
Me prometí que alguna vez tenía yo que oír todo esto en el Falla Tuve suerte, justo cuando dijiste: “que en la carrera por la libertad, Andalucía se ponga primera”.
Hoy, la alegría no se impone, Gaditaníssima mía. Santa María toca las palmas por penas. Vida, na’ más que una. Y que el paraíso no coja tan lejos.
Yo no soy gaditano. Ni siquiera he sido nunca lo suficientemente hippie para llevarme el camping gas a los Caños. No conocí en Cádiz la Torre de Preferencia. No me había fijado nunca en el Colorado, que es lo mismo que Conil. Al lado. Quizá por mi padre, me di cuenta que en el sur puede ser que nos importen las cosas un poco menos.
No me di cuenta hasta muy tarde de lo que suponía el servilismo de las marmotas de Andalucía. Que a Arantxa, con cierto rencor, la brisa le quemaba su piel fina y castellana. A mí, que los giros de guion me parecían traicioneros, no podía por más que sentirme extraño con aquella melena en lo alto del patíbulo. Cuando todavía se podía cantar que la mujer era enemiga. Uno, que en concertado estaba, y se quedaba embobado hasta la hora de ir a la cama.
–Tata, hoy hasta menos cuarto, que cantan los que van de angelitos.
Los Ángeles Caídos. Nunca se describió mejor, como cuando don Ángel dijo: “He salido en comparsas, y he salido en barbaridades”. Qué barbaridad, Juan. Qué barbaridad que en una de esas noches de mayo de sábanas calientes, te tengas que ir. Qué barbaridad, Capitán Veneno, con todos los males que espantaste por la garganta.
No sé si esto es una playa con cara de pena, o si baila encendida y desnuda bajo el cielo. No sé nada de Bohemia, de Príncipes que vinieron a pregonar a mi tierra. Es más, creía saber algo de Venecia, por haberla visitado, y te afeé la conducta el primer día. Me pasa por no hacerle caso a mi madre, que estuvo cantando “¡Oh Donna mia, veneciana!” hasta que salí casi corriendo de mi último partido como jugador porque quería escucharlo en directo.
Me tuve que cabrear y negarme a escucharos pedir perdón. Y se me pasó en el mismo momento en que, estudiando Farma, no me resistí a memorizar el pasodoble. Desde entonces, en cuanto que llego a la isla encerrada entre el cielo y el mar, me descalzo por religión. Desde entonces, llevo los dos coloretes pintados. Desde entonces, me he encaprichado con comprarme una Guayabera y contemplar a las golondrinas beber en la Caleta.
Me prometí que alguna vez tenía yo que oír todo esto en el Falla Tuve suerte, justo cuando dijiste: “que en la carrera por la libertad, Andalucía se ponga primera”.
Hoy, la alegría no se impone, Gaditaníssima mía. Santa María toca las palmas por penas. Vida, na’ más que una. Y que el paraíso no coja tan lejos.