Crónica de José Ramón Márquez
Fotos de Andrew Moore
José Ramón Márquéz
Trigésimo quinta Feria de San Isidro en este abono, que se dice pronto, que ya hace treinta y cinco años, que uno tomó posesión del asiento número 7 después de la mili, y ni se imaginaba que siete lustros más tarde ahí seguiríamos erre que erre. Aquella Feria, qué quieren que les diga, era mucho más de mi gusto que ésta que hoy empieza. Comenzó con una de Murteira, entonces ganadería torista muy apreciada, que despacharon Manolo Arruza, Juan Antonio Esplá y Víctor Mendes y terminó con la de Victorino que mataron Ruiz Miguel, Damáso y Palomar. Entre medias Ángel Teruel, Curro Vázquez, Antoñete, Curro Romero, Lucio Sandín, Yiyo, Julio Robles, José Antonio Campuzano, Paquito Esplá, Emilio Oliva, Ojeda, Ortega Cano o Rafael de Paula entre otros, incluido uno que se dedica a decir sandeces por los micrófonos de la televisión de pago. Bueno, pelillos a la mar, aunque ya puestos, merece la pena echar un recuerdo para todos los que se han ido quedando en el camino a lo largo de este tiempo, desde los que partieron a la otra vida en la flor de la edad hasta los que sucumbieron ante las responsabilidades familiares, los que abandonaron sin más, los que cambiaron los toros por el golf, y especialmente aquella mítica fila 27 del tendido 6 donde contabilizábamos a veinte amigos en hilera: críticos de arte, profesores de la Universidad, opositores, diletantes, directores de cine, sablistas, rentistas pintores o abogados, que fueron desapareciendo en un largo período hasta que finalmente no quedó allí ni uno solo de ellos.
Hoy, por circunstancias familiares que no vienen al caso, sólo he podido ver tres toros, que es de los que tratará esta magra crónica. Para los que quieran complementar lo que aquí se dice les recomiendo vivamente que lean la reseña que seguramente dará el portal Mundotoro, pues creo que no hay cosa más graciosa que se pueda leer hoy día sobre Tauromaquia, ya que ellos han conseguido transformar una supuesta información taurina en una continuación del humor de La Codorniz, una desternillante mofa plena de hallazgos y guiños desternillantes que harán las delicias del lector inteligente.
El ganado que adquirió Domb el del Bombo para esta primera de Feria correspondía al hierro de La Quinta, divisa encarnada y amarilla, antigüedad de 1881, procedencia Santa Coloma-Buendía. El segundo, bautizado por el mal nombre de Bailaor, número 49, era un cárdeno bragado corrido calcetero y girón de gran lámina, peso y presencia. Fue mechado con el clásico lanzazo trasero por “Carioca” y tras un correcto tercio de banderillas pasó a las manos del getafeño Javier Cortés de quien en más de una ocasión se han señalado aquí sus elegantes maneras. El trasteo que Cortés propuso a Bailaor adoleció, una vez más, de la hondura que viene de la colocación. Las finas maneras del torero no son argumento suficiente como para sostener la faena si aquél no da el paso hacia adelante. Cortés se empeñó en torear de manera rectilínea, sin meterse en el sitio donde el toreo crece y se hace grande y tiró líneas aprovechando las condiciones del toro, especialmente por su espléndido pitón izquierdo, sin que el toreo llegase a manar de una manera neta. Mira que Javier Cortés es de los que están en el punto de poder enderezar su carrera a base de toreo, de dar un golpe en la mesa diciendo: ¡aquí estoy yo!, y sin embargo, con un toro tan claro, tan del gusto de Madrid como este Bailaor no se le ocurre otra cosa que ponerse a largar trapo y a componer una faena larga en extremo, hasta agotar al toro sin haber llegado en ningún momento a explotar las condiciones del oponente. Otra ocasión perdida para Javier Cortés.
El tercero de la tarde atendía por Coronel, número 62, negro bragado y meano. Fue víctima de las malas artes picadoras de Bertoli, que no se atrevía a levantar el palo y a rectificar el lanzazo por el ímpetu con el que Coronel estaba empujando. Acudió con alegría el toro al segundo encuentro con el penco guateado y Bertoli reincidió en sus malas artes, por lo que fue agriamente censurado por la cátedra, cargada de razón. En banderillas acosó a Manuel de los Reyes, que tomó el olivo de manera impetuosa cayendo como un saco de patatas al callejón y metiéndose un porrazo de los que duele ver y el bondadoso público, siempre compasivo, le obsequió con el linimento de una cálida ovación, para que luego digan que Madrid es dura. Thomas Dufau aprovechó la inercia de las primeras arrancadas de Coronel para poner la muleta y hacer como que toreaba, recibiendo benevolentes aplausos. Cuando quiso iniciar la segunda tanda el toro era otro: se había orientado una barbaridad en los trapazos de inicio y ya no fue posible seguir a ese palo. Algunos pensamos que esas condiciones del toro le vendrían bien a Dufau para proponer ese toreo de encimismamiento (sic) y susto que tan bien le va, pero sea por lo que sea (digamos la casta, por ejemplo) no acabó de optar por esa salida y prefirió prevenir riesgos. El toro demandaba mando y claridad de ideas y no es eso lo que tuvo enfrente.
El cuarto, cárdeno claro bragado y meano, Jinete, número 104 era para Rubén Pinar, que venía vestido con ese terno indescriptible que, para el aficionado R. es “tirita y oro” y para la aficionada T. es “faja de madre y oro”, con cabos blancos para rematar. No parece que la intención de Jinete sea la de acudir como un huracán al penco enfaldillado, más bien muestra que lo que quiere es irse, pero una vez colocado en corto toma una buena vara de Puchano y después otra. Acude con franqueza a los cites de los rehileteros y ya tenemos a Pinar con la franela encarnada. En seguida se comienza a percibir la calidad del toro. Jinete tiene una vibrante embestida, sin dudas ni probaturas, y está pidiendo a gritos que alguien le forme un lío. Rubén Pinar se queda como el de “Regreso al Futuro” y ante la calidad del toro no tiene otra ocurrencia que sacar del fondo del pozo su tauromaquia ajulianada, la que mamó de chaval, la que de nada le sirvió. Por eso la mayoría se empieza a soliviantar y a censurarle su deplorable colocación. La cosa se viene abajo cuando se cambia la muleta a la izquierda y ya no es capaz de levantar la losa que él mismo se ha echado encima. Las palmas acompañan el arrastre de Jinete en reconocimiento a sus condiciones y en ese instante el abajo firmante se ve obligado a abandonar la Plaza y a poner punto final a estas letras.
Andrew Moore
Javier Cortés
Thomas Dufau
Como ue toreaba...
Rubén Pinar
Guernica
(Apunte)