Barry Hulshoff
Lucas Moura
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Un servidor, agorero incorregible, aventuró el último jueves una final Ajax-Barcelona. La eliminación del Barça ni se me pasaba por la cabeza e incluso hubiese sido capaz de apostar, yo que nunca apuesto, contra el orate que me retara. El Barça no mereció la ventaja de los tres goles de la ida y me baso en muchas razones objetivas, pero Messi es un factor que da una ventaja descomunal en cualquier enfrentamiento y además un gol por partido al Barça se le supone. Lo supone el aficionado en general y desgraciadamente los propios componentes de una plantilla que se encomienda a Messi yo creo que en demasía. Messi puede disimular la puntual caraja en un partido de un medio tal que Rakitic, de un defensa tal que Jordi Alba, de un semi-delantero tal que Coutinho... pero no puede remediar la extraña y colectiva patología de la que hasta él mismo se contagia casi todas las primaveras. Si además de caer en la fiebre de la autocomplacencia hasta revolcarse en la molicie de dar todo por sabido y despreciar incluso las primeras lecciones que daban los entrenadores en cadetes: “no dejes sacaaaaar”, “siempre mirando al balóóóón”, las consecuencias no sólo son desastrosas sino que llenan de vergüenza a los que confían en tanto talento amontonado. Supongo que tras la decapitación a costa del ridículo cuarto gol a toda la plantilla culé se le descontará unos pocos milloncejos de la nómina y ¡claro está! se despedirá a Valverde por blando.
Acierta nuestro Pepe Campos cuando nos recuerda que el mítico Ajax total de los 70 no era un equipo tiqui-taca al uso guardiolano sino un hermoso y perfecto edificio futbolístico con bases tan firmes como intimidatorias -Hullsohff, Suurbier, Blankenburg, incluso el elegante Krol gastaba su contundencia- y ni Rinus Michels ni Stefan Kovacs se andaban con demasiados miramientos en exigencias e intensidades. ¿Qué decir del hosco y dogmático Van Gaal? Nada, porque todo lo que diga será utilizado en contra mía. El Ajax, por historia... mejor por recuerdos, pasó a ser el favorito de todos ante el Tottenham pero ahí no las tenía todas conmigo y volví a caer en la tentación de vaticinar un “divertidísimo guirigay”, palabro éste que repito mucho por heredarlo de mi abuelo Francisco que no lo soltaba de la boca, a poco que al Tottenham le diera por morir matando.
¡Qué dos horas tan espectaculares las de anoche! ¡Qué edición ésta de Champions más rara y a la vez tan sensacional! Fenomenal desde octavos y difícil que se repita. Me impactó en cuartos Bernardeschi en la Juventus, un jugador que parecía desperezar su calidad. Dos reservas, Origi y Wijnaldun (éste no tan reserva) destrozaron al primus inter pares en apoteósica exhibición física y sobre todo anímica preparada y coordinada por Jurgen Klopp, la máxima autoridad de este 2019 en conceptos estratégicos, pero la resurrección futbolística más impactante tuvo lugar ayer en Amsterdam y la protagonizó un Lucas Moura al que se le reconocían capacidades que no acababa de mostrar. Se soltó cuando más lo necesitaba su equipo, ausente Kane y desdibujado Erikssen. ¿Y cómo no se hizo el amo en el PSG y en éste mismo Tottenham? ¿Seguirá con sus intermitencias guadianescas o ha roto por fin del todo la baraja? Me consta que ustedes como un servidor se rindieron y quedaron hipnotizados ante los plásticos relampagazos del brasileño y me consta también que no recuerdan Champions tan emocionante y divertida como la presente. Como diría mi abuelo “...menudo gurigay se ha formado en cada partido”.