En el despacho
Hughes
Abc
Vaya por delante el lamento por la muerte de Rubalcaba y el reconocimiento de su gran valía personal y profesional, aunque no sea Rubalcaba de quien quiero perpetrar unas líneas, sino de los otros.
La muerte del político ha provocado un torrente de elogios entre los que destaca uno: el ser hombre de Estado. Tener “sentido de Estado”.
¿Se podría decir de alguien que tiene un gran sentido de lo nacional? No, sería un monstruo, un nacionalista. Un tobogán de Estepona hacia los años 30. Tampoco se podría elogiar fácilmente que alguien fuera un gran patriota, un patriota de una pieza, un patriota completo y constante. ¿Será lo mismo querer lo mejor para tu país que quererlo para “tu Estado”?
¿Tiene el Estado entretelas? Vemos que sí. Tiene incluso un sentido y un sentir y sobre todo tiene una razón y una finalidad.
No es lo mismo patriota que ser-de-Estado. Una cosa se vería anacrónica y exagerada, fuera de lugar, y la otra se elogia sin rubor, quizás porque se hace alrededor del poder o desde el mismo poder. Del Estado se admiten sus luces y sus sombras, su escena y su trastienda. Sobre el ser-de-Estado y para el Estado no hay límites, el Estado se puede “llevar en la cabeza”, o se puede llevar incorporado como un sentido arácnido.
“El Estado soy yo”, se le ha llegado a atribuir al político.
¿Tiene el Estado entretelas? Vemos que sí. Tiene incluso un sentido y un sentir y sobre todo tiene una razón y una finalidad.
No es lo mismo patriota que ser-de-Estado. Una cosa se vería anacrónica y exagerada, fuera de lugar, y la otra se elogia sin rubor, quizás porque se hace alrededor del poder o desde el mismo poder. Del Estado se admiten sus luces y sus sombras, su escena y su trastienda. Sobre el ser-de-Estado y para el Estado no hay límites, el Estado se puede “llevar en la cabeza”, o se puede llevar incorporado como un sentido arácnido.
“El Estado soy yo”, se le ha llegado a atribuir al político.
Hay funerales de Estado y funerales que se hacen también desde el Estado, generando unas unanimidades que van más allá de la habitual unanimidad que provoca la muerte -que nada hay más unánime-. El Rubalcaba químico, el Rubalcaba socialista, el Rubalcaba velocista, el Rubalcaba caballero, todos se pliegan a un Rubalcaba distinto, superior, que es el “hombre de Estado”, “el servidor público”.
Vemos claramente que ser hombre de partido es serlo de partido y que hay hombres y mujeres de Estado que lo son más que otros. En el relato de lo que fue Rubalcaba está también la explicación de las últimas décadas. Por eso, sumarse por completo o no sumarse del todo definirá la actitud hacia el pasado y hacia el presente. Y aquí se percibe algo común. Algo que sale naturalmente del PSOE y a lo que el PP se suma sin reservas. Se percibe en la “clase política” (qué expresión) un cierre alrededor de su figura de un modo similar (salvando las distancias) a lo que pasó en Estados Unidos con McCain. Hacer un McCain, lo podríamos llamar, pues dice algo contra el intruso, contra el de ahora, contra aquello que ha excedido el bipartidismo (que realmente no fue nunca bipartidismo) y que se siente como una amenaza y una degradación: esto era un político y no vosotros. Alrededor de Rubalcaba se destila un sentido concreto de lo institucional.
El PP es elogiado siempre que se sume dócilmente a una especie de turnismo asimétrico. Ahí Rajoy recibe todos los elogios del mundo.¿Qué hizo Rubalcaba que no hicieron los demás? Se elogian dos cosas sobre todo: ETA y la sucesión. Las dos con algo de operación en la sombra, de estrategia cenital, de trabajo no completamente público. En los honores a Rubalcaba se mezcla el poder ditirámbico de la muerte y el poder solemnizador del Estado.
Toma militar de Barajas por Rubalcaba