miércoles, 19 de abril de 2017

Priscilla



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Por su forma de echarse a la calle para estar con el bus de Pablemos, España es un desierto (político), y Pablemos, su reina (Priscilla). Un país sin más intereses que los de su deuda (110 por ciento del PIB, oficialmente) y en el que ahorrar es franquismo, que en 1975 dejó esa deuda en el 7,3 por ciento del PIB.

El español gasta con el ánimo infantil de quien no contempla pagar en ningún caso, pues, a derecha y a izquierda, el Consenso ha interiorizado el descubrimiento “priscilliano” (fruto del transformismo ideológico) del gran economista de la situación, Edu Garzón: “Un Estado que tiene soberanía monetaria no necesita recaudar impuestos para poder gastar”.

El Estado se gastará este año en intereses de la deuda un 75 por ciento más que en pagar el paro –anuncia la secretaría del Tesoro como si de la victoria de los tercios en Mühlberg se tratara.
España, pues, gasta mucho, pero también “impone” (la que más). La cadena es infernal, pero aquí nadie parece asustado. Mattis nos pasa la factura militar que nos corresponde (2 por ciento del PIB) y María Cospedal la recoge con una sonrisa y sin pestañear, a lo mejor por lo mismo que, según el chascarrillo, sonríe y no pestañea la Gioconda: no piensa pagar. (Si Europa no tiene presupuesto defensivo es, dice Slotersdijk, porque no puede practicar una política tan fea que la obligaría a desmentir sus ideales liberales y democráticos.)

Un liberal de torrija en Embassy sonreirá al paso de Priscilla, reina del desierto, por la Castellana, y, sin embargo, no ha sido el agiotismo comunista de Edu Garzón lo que nos ha llevado a deber el 110 por ciento del PIB sin nadie que rechiste.
Con la Constitución democrática (¡ésta sí!) recién estrenada, Jefferson, que no es precisamente un moralista, vive angustiado por el perjuicio que la deuda nacional causará a la generación siguiente y establece en 19 años el plazo máximo para devolver los préstamos sin faltar a las normas de la moral.