Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El derbi del sábado comenzó el miércoles en el parking de la madrileña plaza de Olavide, cuando a punta de pistola “un blanco vestido de negro” le levantó a Koke Resurrección su Audemars Piguet, un peluco de setenta mil euros.
–Mis papás me han regalado / un reloj que no es cuadrado / redondo es, redondo / redondo es –cantaban los niños setenteros en la Casa del Reloj.
¿Qué hace un centrocampista de brega andando por la calle con un peluco de setenta mil euros en la muñeca? No lo sabemos, pero el caso es que, desde ese instante, ya todo vino a deshora. A deshora el partido, dañando gravemente a la hostelería nacional, nuestra primera industria, por dar facilidades a los chinos, y eso que Camacho, que fue seleccionador en aquel país milenario, nos tiene dicho que a los chinos lo último que les mueve es el fútbol. A deshora el minuto de silencio, que debe de medirse por el reloj de Koke, pues cada día dura menos, y el sábado el adagio en memoria del arquitecto Lamela apenas llegó al cuarto. (El hijo de Darwin presumía de que su padre sabía diferenciar entre “un cuarto de hora” y “diez minutos”, lo que, para el curso de una evolución, debe de ser definitivo.) A deshora los comentarios de Rául (“Bueno, sí, ¿no?”). Y a deshora el empate de Griezmann, cuando hasta los atléticos (a excepción de Simeone) se contentaban con el gol cubista de Pepe, gol como de omóplato (en omóplatos de carnero escribió el Corán el profeta), con mordisco del defensa al escudo, dando a entender que prefiere la renovación con el Madrid a una aventura en la China, donde estaría mejor, ahora que se parece a Tiger Woods. El omóplato de Pepe tiene tanto carisma que, en una jugada en el área, lastimado en su omóplato por un choque con su propio compañero, el árbitro paró el juego (es decir, el peligro atlético) y señaló bote neutral. Pepe acabó el partido como el caballero de la mesa cuadrada de los Monty Python, al que van desmembrando en la batalla, pero sigue peleando.
El Madrid de Zidane pudo ganar, pero también pudo perder (¡si en vez de Torres es Griezmann el del mano a mano con Keylor!). Y el Atlético de Simeone pudo perder, pero también pudo ganar (¡si en vez de Torres…!, etcétera). Empataron los dos por el efecto de Cristina Cifuentes, Cecé, en el palco, que repartió por igual el mal fario del amarillo cifuentino.
Siesta, adagio, Raúl (“Bueno, sí, ¿no?”)… Vamos, que en el derbi, aparte el peluco de Koke, sólo faltó el Soso Gallego. Por estar, estaba hasta Chendo (el hijo de la Chenda, dueña en Totana de la alberca donde aprendió a nadar Bárbara Rey), haciendo reclamaciones al cuarto árbitro con un cuaderno bajo el brazo donde apunta las pifias defensivas de Ramos y los “Busquets” de Kroos, que empieza a no parecer alemán. Era el primer partido del mes loco (en ciclismo, el mes de la alta montaña), y Zidane estuvo pajarero con los cambios, sacando a Lucas Vázquez, futbolista abubilla, y a Isco, futbolista colibrí, o vicicilin, que se mantiene del rocío, miel y licor de las flores, sin posarse sobre la rosa; que muere o se adormece por octubre, en lugar abrigado, y despierta o revive por abril, cuando hay muchas flores, y por eso lo llaman el resucitado. Tampoco hacía falta el reloj de Koke para darse cuenta de que a la hora en que el árbitro pitó el final la Liga estaba perdida. El desaguisado de Zidane sólo podía arreglarlo un plátano (¡su mejor plátano!) de Míchel contra Luis Enrique. Y sucedió.
–Lo que faltaba. ¡Deberle un favor a Míchel!
LO QUE MONCHI SE LLEVÓ
Dicen que Raúl viene a hacer en el Madrid lo que Monchi ha hecho en el Sevilla, un milagro (diario) de la multiplicación de los panes y los peces. El hijo de Monchi ha escrito una carta abierta a su padre para plantearle la cuestión más peliaguda: cómo decir a la abuela que Monchi se va del Sevilla llevándose su cuaderno, que no es el cuaderno de notas de Chendo ni el cuaderno azul de Aznar. Monchi es el zahorí con mejor reputación del mercado del fútbol (Baptista, Adriano, Alves, Keita, Rakitic), y en su cuaderno se supone que estás anotadas la receta del pollo del coronel Sanders y la fórmula de la Coca-Cola. En el Madrid, cuando alguien juega a Monchi, le sale un Illarramendi.