Abc
Turquía ha votado en referéndum pasar del gobierno laico de Kemal Atatürk, la revolución que Camba cubrió de corresponsal en Constantinopla, al gobierno devoto de Tayyip Erdogan, un “califa” en la Otan.
El Consejo de Europa de Tusk (a quien nadie ha votado) advirtió contra el “cambio autoritario de un solo hombre que debilita la democracia” en Turquía, pero la advertencia, viniendo de un continente entregado a las partidocracias, sólo puede ser una metáfora, que las metáforas gustan mucho a los alemanes, para quienes la democracia no es más que una metáfora del Estado de Partidos, ese invento suyo.
El turco Erdogan es musulmán, pero la protestante frau Merkel tiene dicho que “Europa es el islam”, que es su forma metafórica de decir “soy musulmana” como Kennedy decía “soy berlinés”. En realidad, frau Merkel trata de decir que ella es de Hegel, el teólogo (más que filósofo) que dice que el Estado es Dios, y ahí tenemos el Estado de Partidos.
En un Estado de Partidos, el jefe del partido mayoritario lo es del Ejecutivo y del Legislativo, pues de su dedo dependen, aparte las listas electorales, las presidencias de todas las instituciones: Gobierno, Congreso, Senado, Supremo, Constitucional, Consejo General del Poder Judicial, Cuentas, Consejo de Estado, Banco Central, Comisión del Mercado de Valores, Autonomías… Ya lo dijo Gerhard Leibholz, arquitecto jurídico del sistema: el Estado de Partidos elimina cualquier representación y supera la voluntad general de Rousseau, así que, si en Europa todo el mundo corre tras de Rousseau (cuyo calvinismo, por cierto, le lleva a decir que es mejor el islam que el cristianismo), ¿por qué había de ser Erdogan tan tonto de correr tras de Montesquieu?
Para saborear el encanto de Constantinopla, decía Camba hace un siglo, no hay nada mejor que quedarse en Madrid, con lo que la ambición de Erdogan puede resumirse en que quiere tener en Constantinopla al menos los mismos poderes que Mariano tiene en Madrid.