En el Atleti
En Primera
Romero, Kresic, García Navajas, Ruiz Igartúa, Palmer y Manzanedo
Juanito, Garrido, el Tito Valdés, Viteri y Quini
El primer año de Juanito
Aizpuru, Raúl, Aguilera, Gómez, Valdés y Sistiaga
Juanito, Garrido, Machicha, Ferrero y Juanjo
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Al regreso de la mina he comprado el Marca y he visto el cariñoso recuerdo de Julio César Iglesias a Juan Gómez. A pesar de pasar la noche en vela, no me resisto a tener un detalle con el futbolista que en Burgos, a unos adolescentes, nos inclinó por el camino de un vicio ya irremediable. Confieso que me he sentido empujado por un olvido del excelente periodista. El olvido del segundo apellido. El González que una tarde volvió loca a toda una afición y que al día siguiente el Gaitu y un servidor aclaramos orgullosos en la clase de griego de don Francisco.
Al regreso de la mina he comprado el Marca y he visto el cariñoso recuerdo de Julio César Iglesias a Juan Gómez. A pesar de pasar la noche en vela, no me resisto a tener un detalle con el futbolista que en Burgos, a unos adolescentes, nos inclinó por el camino de un vicio ya irremediable. Confieso que me he sentido empujado por un olvido del excelente periodista. El olvido del segundo apellido. El González que una tarde volvió loca a toda una afición y que al día siguiente el Gaitu y un servidor aclaramos orgullosos en la clase de griego de don Francisco.
Uno, modesto bachiller del plan antiguo, que vive y siente como aficionado, siempre ha dicho que Juanito nunca ha jugado como en el Burgos. Lo dice un servidor, lo dijo él, y se lo he oído, por ejemplo a Gordillo, al que creo tenía por compadre. El periodismo y los historiadores del fútbol no hacen casi referencia a la etapa burgalesa del gran Juan, pero lo que disfrutamos el Gaitu y un servidor en la temporada 75/76, la temporada que murió Franco, entra en el cofre de los grandes momentos de nuestras vidas.
Juanito vino a Burgos en el 73, con 18 años, lesionado y con regular fama. Se lo pidió a don Vicente Calderón el presidente Preciado, un Monchi de los 70, en contra del criterio de su directiva. Con 18 años Juanito había tenido ya tres lesiones gordas: ligamentos, menisco y ante el Benfica, donde fue a verlo de nuevo Preciado y a convencer a Víctor Martínez, tibia y peroné. Mal año aquél para el héroe. El Gaitu y yo lo acompañábamos en sus solitarios ejercicios para fortalecer sus heridas piernas en la pared norte de tribuna. Debutó ante el Rayo con el 11. Nuestro entrenador Negrillo lo ponía de extremo izquierdo, pero Juanito iba luego por libre. El primer gol se lo coló al Depor y su primer impulso fue ir a abrazar al míster. Le expulsaron mucho. El equipo luchaba por salvarse y a Montesinos, un jugador del Sabadell que al final de un partido en El Plantío cantó a nuestros jugadores “a tercera, a tercera”, Juanito lo esperó en la calle y dicen que le dio un recorrido. Es cosa que no vio el árbitro, pero un tal Olasagasti, en Riazor, se chivó de todo lo que le dijo en aquellas actas condenatorias que tanto mal hicieron al arbitraje y a la Justicia. Ocho partidos de sanción e imposibilidad ya de jugar el final de temporada.
En fin, se salvó el Burgos. Juanito volvió al Atleti y Víctor Martínez le obligó a que acabara los estudios primarios, mandamiento que se negó a cumplir y como quiera que el jugador tenía una sanción pendiente y en el Atleti no estaban seguros de la recuperación total de sus lesiones, el visionario Preciado aprovechó para comprar al diamante, creo que por cien mil pesetas.
La temporada 74/75 el Burgos fue un sainete. Indisciplinas de los jugadores, mosqueos de Naya y vedetismo de Martínez Laredo que lo mismo despedía directivos que sancionaba futbolistas con mucha radio y mucha tele en busca del trono de Don Santiago Bernabéu. Una vez, en un coche y de noche, cuatro o cinco jugadores, Juanito entre ellos, se fueron a Madrid a tomar café. Año convulso, pero con tardes gloriosas de Juanito y Viteri. La segunda división de entonces no era tan mediática como ahora y ni siquiera los responsables de cada club estaban al tanto de sus rivales. Así, una tarde en Puertollano, en el campo del Empetrol, las radios glorificaban a un tal González, un futbolista desconocido y que el mundo del fútbol que oía los carruseles, incluso el burgalés, consideraba como sacado del filial. Al Gaitu y a mí no se nos escapó el recurso del segundo apellido. El periodismo a los dos días dijo que tampoco, pero si así hubiera sido ¿por qué no lo descubrieron el mismo día del partido? El caso es que a primera hora y con el consentimiento de aquél hombre santo que era don Francisco “el Guenos”, el Gaitu y yo nos sentimos importantes y demostramos en la clase de griego a nuestros compañeros que en lo tocante al fútbol no se nos escapaba una. Nosotros sabíamos que Juanito estaba arrestado ese fin de semana en Automóviles, el cuartel junto a El Plantío en el que hacía la mili, pero Preciado, que era militar con mando, medió con autoridad. El disimulo en la alineación le estalló en las ondas, imagino que con harta satisfacción.
¿Y el año en Primera con Juanito? ¡Qué partidos contra el Atleti! ¡Qué impotencia la de Luiz Pereira ante aquel torbellino! ¡Cómo lo miraba Cruyff desde nuestra lateral! ¡Que manera de vivir el fútbol con Juanito, proclamado el mejor jugador de la liga y Marcel Domingo, el entrenador que convirtió El Plantío en un lugar mas que sagrado!
El resto ya lo recordarán ustedes mejor que yo. Fichaje por el Madrid. Su clase, su carácter, su genio... y su muerte.
Con el presidente del Mérida, el pueblo al que volvía el día de su traidora muerte y al que conocí en extrañas circunstancias, tengo echadas unas horas de charla que me confirmaron la pasta de la que estaba moldeado Juanito. Una pasta que se aprecia mucho mejor en tiempos de tribulación. Lejos de los focos de la gloria.