Dino Grandi, Conde di Mordano
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Todos los sueños del español son estatales, y eso incluye sus sueños húmedos.
–La principal belleza del fascista es el amor –decía el Conde di Mordano, ministro de Mussolini, el hombre que nos metió el veneno del Estado en el cuerpo.
Liberales de Estado, filósofos de Estado, desayunos de Estado… El español sólo concibe el mundo como un Estado; el mundo de Llach es Gerona; luego Gerona tiene que ser Estado. Pero eso será en septiembre (como el golpe de Primo).
–E intentaremos ir de la ley a la ley –aclara Llach.
Torcuatista y kelseniano (¡pipero de la Santa Transición!), este buen Llach, tataranieto y bisnieto de carlistas, nieto de tradicionalistas, hijo de franquistas y sobrino de “tietas” falangistas con “finqueta”.
–Sí, jo vaig ser el que podriem dir un nen feixista…
“De la ley a la ley” fue la forma posmoderna (referéndum del 78) del birlibirloque franquista “de las instituciones a las instituciones” (referéndum del 47) que ha interiorizado Llach, ayuno de Schmitt, fundador de la ciencia constitucional, para quien esos birlibirloques normativistas sólo son “un juego de conceptos desprovisto de significación”.
El caso es que las pasiones, nos dice Santayana, son, en sí, impulsos físicos que maduran a su tiempo, y la pasión estatista de Llach, ahora de izquierdas (la izquierda confunde el Estado con el Paraíso dijo Hölderlin contra Hegel), ha madurado hasta el punto de verse ya en la cámara de boga del flamante Estado figuerense vestido de Quinto Arrio y azotando a los funcionarios-galeotes con el látigo del cómitre para acelerar la cadencia de boga de combate a boga de ataque y a boga de ariete (“les mans se’m van escorxant, / i quan la força se me’n va / ella és més ampla i més gran”…)
–Intentaremos ir de la ley a la ley.
En su cuarto informe de Nuremberg, Schmitt explica que los motivos que condujeron a los funcionarios alemanes a la obediencia con Hitler fueron el positivismo jurídico y un modo de pensar legalista.