domingo, 18 de agosto de 2024

Encerrona de Sánchez Vara con los Reta navarros. Viaje a los toros del XIX en Tafalla. José Ramón Márquez


 

JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ

 

Los de la Peña 3 Puyazos tenían razón cuando no quisieron que Sánchez Vara se anunciase en solitario en San Agustín del Guadalix con los seis de Reta de casta navarra. Se agradece la disposición del alcarreño por trepar a ese puerto de primera categoría, pero ese hexatlón que se marcó es, tal y como ayer se pudo ver en Tafalla, una prueba demasiado pesada para un solo hombre.

 
A la llamada de Sánchez Vara y de los Reta acudimos los de siempre, desde todas partes, en peregrinación votiva en busca del toro y del hombre frente a él, sin cursiladas: a sangre y fuego. No hubo ayer en Tafalla quien detuviera los relojes, porque el tiempo fluía veloz entre las tarascadas de los animales y la defensa de la integridad de los hombres apoyada en el manejo de unas telas. La tela frente al vendaval de las malas intenciones, de las miradas petrificantes, de las embestidas llenas de mala intención. Y la certeza de que ni uno solo de los que llenaban los tendidos bajaría a ese redondel a sostener las fieras miradas de los Reta, de esas miradas en las que, por momentos, se atisba la locura. El primero de la tarde provocó once desarmes entre muletas y capotes en el breve rato de su vida pública. Dejamos de contar los desarmes, las carreras a zambullirse en el callejón, las desconfiadas pasadas a clavar un palitroque, no era el caso. Nadie podía apartar los ojos del ruedo ante la imprevisibilidad de las reacciones de los toros, que lo mismo acometían como una ola estrellándose contra un malecón, que volvían grupas atraídos por algún estímulo desconocido para los humanos o lanzaban una tarascada al cuello. Bendita mansedumbre, esa neta característica del toro de lidia, arropada por el vigor de las fuertes embestidas, la dureza de la pezuña, el derrote inesperado, la embestida plena de intenciones, las bocas cerradas de principio a fin.

 

 
 

El vis a vis de Sánchez Vara en Tafalla con los Reta sólo tuvo un momento de cierto “sosiego” en el tercer toro de la tarde, que atendía por Rabón, que es donde el solitario matador debería haber firmado la faena que contaríamos a los nietos: se tragó el toro la invitación a izquierdas y luego Sánchez Vara se amontonó con la derecha y no quiso volver a la zurda. Entiéndase que estamos hablando de una reyerta, no de lo que usualmente se entiende por el “toreo bonito”, pero quedó la impresión de que Sánchez Vara no deseó exprimir las condiciones del burel y optó por el alivio antes que por la gloria.

 
Verdaderamente dio un poco la impresión de que el torero venía como apesadumbrado. Las cosas no le habían rodado bien el día anterior en Cenicientos con los de Saltillo y ya en el paseíllo se le vio cabizbajo e introvertido. En su descargo se puede decir que el torero estaba en la más pura soledad, pues sus auxiliadores no dieron sensación de serle de gran ayuda: el miedo daba vueltas por la Plaza empujado por el suave vientecillo y el peonaje parecía bastante más preocupado en preservar su integridad que en hacer el trabajo adecuado a las intenciones del matador. Acaso Tornay y Venturita quisieron dejar el sello de su decisión con los palos y poco más hubo por la parte del peonaje. Y si los peones no fueron la mejor ayuda para el matador, tampoco nadie se esmeró en poner a los toros al caballo con cierto orden y se picó cómo y dónde se pudo. Todo iba en contra de los intereses de Sánchez Vara, que en seguida se debió de dar cuenta de lo osado del reto que había asumido con los Reta, y si la ausencia de una lidia breve y efectiva, de poder a poder acabó siendo la seña principal de la tarde, no lo es menos la reiterada torpeza del matador en el uso del acero, en un festival de estocadas tendidas, sartenazos, pinchazos, medias estocadas y descabellos, que es lo más indeseado en una corrida de un solo hombre con seis toros en la que, como tantas veces hemos dicho, hay que salir a estocada por toro. Sánchez vara se perfilaba muy lejos y entraba a la muerte cuarteando, como dejando traslucir su inseguridad. No estuvo fino ni confiado.


La gente que llenaba la Plaza –no se sabe cuántos años hacía que la Plaza no se llenaba
, protestó el sexto toro por una supuesta cojera y el Presidente, don Felipe Sota, pésimamente asesorado por su veterinario de guardia don Javier Martínez,  estuvo presto a sacar la tela verde para que asomase por la puerta de chiqueros una cucaracha negra y gordita de las Hermanas Sánchez Azcona, de Olite, procedencia Daniel Ruiz/Jandilla, que es como si vas a una Misa que va a dar el Obispo y aparece un cura progre de barbas, chanclas y uñas al viento. El esperpento de ver a esa deleznable caricatura del toro de lidia tras la presencia, la seriedad y la energía de los cinco Reta fue el adecuado jarro de agua fría que nos trajo de nuevo a la realidad de lo que es el toro de cada día. Con ese esperpento Sánchez Vara, que es hombre de lucha y de refriega, anduvo bien despreocupado y ante él exhibió sus modos para dejar claro que ese no es el toro que a su fama le conviene.

 

 
 

En resumen, una gran tarde de toros y gran hombría la de Sánchez Vara, que hizo la machada de la temporada al anunciarse con la incertidumbre de los toros de Reta, cuyo hierro se asemeja a un ideograma chino, en concreto aquél carácter que designa las palabras controlar” y “disciplina”, tal y como nos informa nuestra sinóloga de guardia. Nadie salió disgustado de la corrida. 

 

 


Paseíllo en solitario de Sánchez Vara, el hombre que mató a Cazarrata