viernes, 16 de agosto de 2024

Fraternité


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


En este patio de recreo que para las patocracias son las terracitas de Ayuso se oye mucho la palabra “fraternité” para explicar la actual deriva del mundo. Mucho “brutal” y, sobre todo, mucho “fraternité”, que en Madrid suena a Ferreras en París, rezando el trinomio revolucionario a lo Charles Aznavour y lo que parecía era el cantante de Glutamato Ye-yé, Iñaki Fernández.


El trinomio de Cuba, superior al de la Revolución Francesa: ¡Ron, Café y Puro! –decía Foxá en La Habana, entre trago y trago.


El trinomio de la Revolución Francesa es una filfa: libertad e igualdad son excluyentes, y la fraternidad, una ocurrencia de Robespierre, es incompatible con la política real, que sólo puede designar conflicto de intereses. 


“Donde la vanidad está en juego, la fraternidad no tiene nada que hacer”, dirá Bakunin de Marx. La política es conflicto y pertenece a la Primera Realidad (la real). La patocracia es consenso y pertenece a la Segunda Realidad (la imaginaria), donde hoy nos han encerrado a todos. Para la Revolución Francesa, la “fraternité” se acabó el 17 de julio del 91, cuando el marqués de La Fayette irrumpió en el Campo de Marte para disolver a sangre y fuego la cola de fraternales “abajofirmantes” que fraternalmente pedían la fraternal abdicación de Luis XVI.


La “fraternité” nos hace de boquilla tolerantes hasta la indiferencia, y Dalmacio Negro nos recuerda que hacer de ella un progreso irrenunciable pasa por transformar al hombre actual, un hombre viejo, en un hombre nuevo, un hombre volcado al exterior, hacia los otros, dotado de “un corazón ‘asín’ de grande”, como los de Juanma Moreno y su consejera doña Loles, o esa doña Ana Dávila-Ponce de León Municio de Madrid (suena a aquel personaje de Julio Torri que en una disputa por linajes en Méjico gritaba: “¡Por bisabuelo me lo hube a don Manuel Ponce de León, el que sacó de la leonera el guante de doña Ana!”), que hablan todos guiados únicamente por el imperativo categórico como la voz de la conciencia de Rousseau, que también contagió a Kant.


Dostoyevski reflejó muy bien el espíritu del humanitarismo en la figura del Gran Inquisidor –escribe el autor de “El mito del hombre nuevo”.


El Gran Inquisidor le dice a Jesús (¡en Sevilla!) que la humanidad es demasiado débil para soportar el don de la libertad: no busca libertad, sino pan, pero no el pan divino, sino el terrenal.


¿Ves estas piedras del desierto? Conviértelas en panes y detrás de ti correrá la humanidad como un rebaño agradecido. Pero tú no quisiste privar al hombre de libertad y rechazaste la proposición, pues ¿cómo puede hablarse de libertad, razonaste tú, si la obediencia se compra con pan?


El mejor analista del personaje es John Gray, un inglés que supo ver lo que venía: “La tortura volvió, y fue aceptada y defendida por los liberales. 'Bueno, es un tema muy complicado'. Pero no lo era hasta hace poco”. Para los perdidos: el nombre ilustrado de “fraternité” es solidaridad.


[Viernes, 9 de Agosto]