martes, 6 de agosto de 2024

Paradojas liberalias


Jean Cocteau

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


El ánima de Biden abandonó el cuerpo presidencial, sin cuyo peso, por cierto, ha vuelto a estirarse (todos ven hoy a un Sleepy Joe más alto), y dejó una nota en la red de Elon Musk: renunciaba para “salvar la democracia”.


Salvada la democracia, Maduro revalida el título en Venezuela, mientras en Mountain View, California, Google allana la carrera presidencial americana:


Wow, Google has a search ban on President Donald Trump! –tuiteó Musk.


La última vez que uno vio renunciar a un presidente fue en enero del 81, cuando Suárez salió en TVE con lo de “no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España”. Lo del paréntesis le quedaba muy Primo de Rivera (con la gracia de Cebreros, que no es la de Jerez de la Frontera), y tres semanas más tarde se representó en el Congreso de los Diputados un golpe de Estado en la mejor tradición de lo que Ortega llamaba “castizos pronunciamientos”. El caso es que ni Suárez ni Biden delataron a la mano negra que los despidió, y lo que es peor, a nadie le interesó preguntárselo en público.


Ya es chusco que, hablando de democracia, podamos equiparar la americana a la española, pero esto es un logro del Partido Demócrata, que decidió cambiar la “democracia representativa” de Hamilton por la “partidocracia estatal” de Leibholz, que permite al golferío mandar más y mejor, con el apoyo entusiasta del periodismo culto, que puede jugar cada día a asomarse al folio en blanco como si lo hiciera ante una playa fortificada de Normandía. Ya lo ha dicho R. F. Kennedy:


Los demócratas están destruyendo la democracia para salvarla de Donald Trump. Pero que estemos destruyendo la democracia para salvarla no es un argumento; es una paradoja.


Y bastante más simple que la abstrusa paradoja de Arrow, que refuta el carácter democrático de los sistemas proporcional (España) y de mayoría simple (Inglaterra), porque hacen imposible que coincidan la preferencia del votante con la del cuerpo electoral. La paradoja de R. F. Kennedy es la explicación de la patocracia rampante, de cuya puesta de largo se han encargado los franceses (“Ir a la guerra sin Francia es como salir a cazar ciervos sin tu acordeón”, dijo Schwarzkopf en el Golfo) en el infame “burlesque” de los Juegos de París.


Sólo conozco una representación icónica de las paradojas... –dice Steiner en “Pasión intacta”–. Es un cuadro de un maestro flamenco anónimo de estilo tardomedieval: en la pared del fondo de la humilde vivienda de María, en el momento de la Anunciación, distinguimos una cruz con el Cristo crucificado.


Como el “burlesque” ha amoscado incluso a los musulmanes, los liberalios recogen cable jugando a Gombrich: el “burlesque” no era la Última Cena, sino una primera merienda de Tetis y Peleo menta, y dejan colgado de la brocha a “le Teigneux” Macron, que nos quería vender al pobre idiota de Thomas Jolly como un genio a lo Jean Cocteau.


Martes, 30 de Julio