martes, 13 de agosto de 2024

Y otra vez alalí



Ignacio Ruiz Quintano

Abc


En la centrifugadora del 78, Cataluña se ha desprendido de España, pero los constitucionalistas de Colón ya no están a tiempo de salvarla (lo cual, todo sea dicho, les importa un huevo de pato viudo). En Colón, a tiempo sólo estaban las carabelas que a contratiempo cantara García Calvo: “Carabelas de Colón, / todavía estáis a tiempo. / Antes que el día os coja, / virad en redondo presto, / presto…” El madrileño no sabe lo que pasa, y tampoco quiere levantarse a preguntar, por si le quitan su silla en la terraza: representa el espíritu pequeñoburgués de la capital, con su pelo teñido, su caña y su chancla.


¡Alalí, alalí, jóvenes; dad caza al pequeño burgués! –gritó Ortega en situación bastante menos peliaguda que la actual.


“Tirad de escotas y velas, / pegadle al timón un vuelco, / y de cara a la mañana / desandad el derrotero. / Atrás, a contratiempo.” Ortega veía en el pequeño burgués el lastre fatal que impide la ascensión de España en la Historia, y en julio del 26 pedía, como mirando a los peperos, un Estado nuevo. Pero también nuevas costumbres: fuera las zapatillas de orillo, fuera las barbas de los canónigos, fuera los chasquidos de lengua de los viajantes de comercio en las fonditas de provincia… Alalí, alalí… ¡y otra vez alalí! “Por eso, carabelitas, / oíd, si podéis, consejo: / No hagáis historia, que sólo / lo que está escrito está hecho, / hecho.”


Para llamarle lo peor, Marx llama a Proudhon “pequeño burgués”. A Schmitt le parece importante el análisis de los autores que utilizan “pequeñoburgués” como insulto (“sobre todo, para la definición del fascismo”). Del gueto alemán del XVIII, la palabra designa en realidad algo despectivo:


Personas que no son verdaderos socios de comercio y negocio, ni príncipes ni grandes burgueses, y que, por otro lado, tampoco son la gran nada social del proletariado. Personas que no pueden comprar una acción, pero creen tener posesiones; carne de cañón de los usureros y de las reformas monetarias, los eternamente estafados pequeños ahorradores.


En su “Hitler y los alemanes”, Voegelin atribuye a la sociedad pequeñoburguesa (políticos sin escrúpulos, juristas timoratos, burócratas y militares serviles, académicos y profesores ruines e incompetentes, así como teólogos protestantes y católicos) la indignidad que propició la toma del Estado por un personaje como el cabo austriaco, y señala como trastorno evidente de esa sociedad “la estupidez y el analfabetismo”. Para Voegelin, fue la sociedad que precedió al nacionalsocialismo la que hizo posible su triunfo.


Desgraciadamente –dice en el 64– no podemos decir que esa sociedad haya desaparecido tras la derrota de Hitler: si se repasan las noticias que aparecen en los periódicos, es fácil colegir que todo sigue igual.


Y resume el patrón del comportamiento social (en todo totalitarismo): mientras nuestro grupo esté a salvo, no nos negaremos a colaborar con el régimen, aunque se persiga a otros.


[Martes, 6 de Agosto]