martes, 27 de agosto de 2024

Los pablorromeros de Cuéllar, con Robleño, Chacón y Herrero. La corrida merecía otro trato. José Ramón Márquez



JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ


Se es de Pablo Romero (ahora Partido de Resina) como se es del Real Madrid, desde la cuna. Mientras el deplorable profesor don Manuel Buñuel trataba de explicar en el Instituto Ramiro de Maeztu a los alumnos de segundo de Bachiller la Teoría de Conjuntos, de la que todo lo ignoraba, éste que suscribe empleaba su tiempo en dibujar en el cuaderno la boca del horno que es el hierro de la ganadería que le enamoró desde el día que vio en una andanada del 3 de Las Ventas la primera corrida de los toros más bonitos que la inteligencia ganadera haya podido crear. Siempre Pablo Romero (ahora Partido de Resina), la primera. Y luego todas las demás.


Con esta ganadería se ha producido una extraña circunstancia que es la de que, habiendo sido preferida por los matadores más variopintos, desde aquel remoto Tortero sevillano que estuvo en la presentación de esta vacada en Madrid en 1888, hasta Antonio Ordóñez o Paco Camino, pasando por Guerrita y Gallito, todos los toreros importantes han puesto su muleta frente a los hocicos de rata de los cárdenos (y alguno negro, que también sale de vez en cuando) y han cosechado triunfos con ellos hasta la hora presente en la que los pitiminís que se enseñorean del escalafón no quieren saber nada de ellos, por no contener sus venas ni una sola gota de sangre Domecq, esa Invasión de los Ultracuerpos que ha devorado el paisaje ganadero de Iberia. Para los que dicen que le tenemos manía al Faraón de Velilla, Julián López, felizmente retirado de los ruedos, traigamos a colación aquí al toro Joyerito (no, no es aquél espléndido Joyerito al  que tan poco lució el Fundi) , que es el único Partido de Resina que ha visto en su dilatada y “poderosa” carrera, en una corrida de seis toros que se marcó en Las Ventas con resultados harto descriptibles, que si algún curioso quiere conocerle, se encuentra expuesto en el bar “Entre Cáceres y Badajoz” de la calle de los Mártires Concepcionistas, cerquita de Las Ventas.


Aprovechamos que Bilbao está cerquita de todas partes y nos acercamos en un voleo a Cuéllar, convocados por el Partido de Resina, que por la mañana protagoniza un accidentado encierro, volviendo locos a los caballistas. Los toros se extravían por el pinar, acaso echando de menos sus campos de Villamanrique de la Condesa, festoneados de pinares, y dan mucho trabajo para conseguir meter a cuatro de ellos a Cuéllar y sedar a dos, que no había manera de que se aviniesen a las normas del encierro. Tampoco la cosa es tan grave, que en 1997 fue imposible hacerse con los animales, entonces aún Pablo Romero, que se dispersaron por el pinar y hubo que lidiar la corrida de otro hierro, por falta de comparecencia de los anunciados. En resumen, la Asociación Encierros de Cuéllar no está feliz, que ellos prefieren menos locura en las inclinaciones de los toros, y señalan en su edicto que ese tipo de ganado “no es el más apto para nuestros encierros”. Allá ellos y sus conciencias.


A las seis y media pasadas un poquito comienza el festejo con Robleño, que también se ha venido desde Bilbao, Octavio Chacón y el local Javier Herrero. Abre Plaza Monosabio (según el programa) o Monosavio (según la tablilla), número 32, hermoso ejemplar serio y altanero, que derriba al penco y a Israel de Pedro con facilidad; con él, Robleño, que no quiso arriesgar un alamar el día antes en Plaza de primera con su segundo toro, decide aplicar la vigente Ley de Prevención de Riesgos laborales tirando de oficio y de desconfianza para componer un vaivén de muletazos, algunos medio ligados, sostenido más en la veteranía del diestro que en sus ganas de llegar a algo realmente importante con el toro. La generosidad de los cuelleranos pone en sus manos una oreja del animal. El segundo, Flamenco, número 40, es imponente de puro trapío. En los lances de capa de recibimiento el toro se acalambra de los cuartos traseros, por la fuerza de sus acometidas. El público se impacienta, Chacón se impacienta y entre todos convencen al Benemérito señor Presidente a sacar el pañuelo verde, color tan caro para él. Como es natural el toro en ese ratito se ha recuperado y es expulsado de la Plaza. Cuando sale la triste parada de bueyes, que recuerda a los indigentes que habitan en Manuel Becerra, frente a la Iglesia, el toro se abalanza a ellos con fuerza y vigor: se obró el milagro y el toro ya no presenta ningún problema. Al sobrero le pasa lo mismo que al titular, pero esta vez el Presidente aguanta la presión y la lidia continua sin más incidencias. Chacón está muy espeso y falto de ideas con el sobrero, excesivamente desconfiado y sin dar el paso hacia adelante. El tercero, uno de los que no han corrido el encierro, es el más aniñado del encierro, con menos remate y algo ensillado. Herrero recibe el cariño de los paisanos y despliega sus mañas como puede, el hombre.


Saluda Robleño a su segundo con el mismo planteamiento ideológico que al primero y desarrolla su tauromaquia  en similares condiciones, con la única diferencia de que en este segundo no le dan la oreja. Chacón se planta ante el quinto,

otro hermoso ejemplar con la mayor desconfianza y con cara de haber tirado las cartas desde antes de abrirse la puerta del chiquero. Su actuación, de muy baja intensidad y basada en la ventaja no consigue conectar con el generoso público y cuando termina con el toro, nadie le echa cuentas. Para compensar al que le tocó en primer lugar, le corresponde a Javier Herrero la lidia y muerte de Notario, número 23, un hermosísimo ejemplar serio y cuajado que tampoco sirve para los fines de su matador, sean estos los que sean.


La corrida, seria y muy bien presentada, merecía otro trato: un poco de generosidad por parte, al menos, de los dos veteranos toreros que abrían el cartel, una decisión de lucir a los toros en el caballo, de bregas adecuadas, de tratar de mostrar las condiciones del ganado que, desde luego, está a años luz de ser unas alimañas del Cura de Valverde. Se trata de toros de lidia, de un linaje sólido y con personalidad a los que se ha arrumbado en un nicho de “toros rabiosos” que, desde luego no les es propio.


 





FIN