Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Vuelve a circular por la Red un video subversivo de una joven Thatcher. “Cuando yo entré en política, dice, no buscábamos consensos: teníamos convicciones, y tratábamos de persuadir a la gente de que nuestras convicciones eran las correctas”. ¿Qué otra explicación del Brexit necesitarán los narcisos del huevo huero del merkelismo continental?
–La política eran convicciones, no maniobras –sigue diciendo–. No sirve de nada tener convicciones, si no se tiene la voluntad de convertirlas en acciones.
Hay que repetirlo cada día: la discusión produce naciones como Inglaterra; el silencio produce naciones como la España de Carlos II.
Lo primero que nos separa de Inglaterra es el consenso, y el consenso mata: mata el Derecho (es antijurídico), mata la política (es chalaneo) y mata la libertad de pensamiento (es unanimidad). Quienes lo estudiaron cuando había que hacerlo advirtieron que la nueva versión del consenso político recordaba al “consensus” del cristianismo medieval por el miedo a la libertad y el temor a la disidencia que lo inspiran.
–La tolerancia y el consenso (maniobras) son para las oligarquías lo que el respeto y la regla de mayoría (convicciones) para las democracias.
Los españoles nos hicimos posmodernos del consenso en el 77, cuando nos incorporamos, tarde, al guateque socialdemócrata promovido por el Congreso por la Libertad Cultural de Michael Josselson (pues sí, la Cía), cuyos guerreros de terracota, toda la intelectualidad europea, distribuían esa propaganda con la que el tonto se mueve en la dirección inducida por impulsos que a él le parecen propios. Hasta entonces sólo habíamos sido hippies del consenso, que íbamos al libro de Fernández de la Mora a ver ponerse las ideologías como luego irían los guiris al Café del Mar de Ibiza a ver ponerse el sol.
–En consenso se practica, no se predica –tuiteó ayer la que dicen Thatcher de Madrid, Ayuso, porque va a combatir al virus chino con Emiliano el de La Mancha.
No hay salida.