domingo, 20 de septiembre de 2020

Hay que ver

 

Abc, 21 de Febrero de 2001

Ignacio Ruiz Quintano

Fandango de Ricardo Bada a Jorge Luis Borges: «Parado frente al espejo / que un día albergó a Voltaire, / aventuro mi perplejo / sentimiento de ser viejo. / Pero Borges, hay que ver.»

Hay que ver, hay que ver. Como los campesinos franceses de antes de la Revolución, que apaleaban las charcas para callar a las ranas cuando iba a nacer el hijo de un gran señor, el Famoso Artículo de Goytisolo (voces de «¡qué ejemplo, qué ejemplo!») anunció el prólogo de Zapatero para las «Ficciones» borgianas. «Otra dimensión de lo real», lo titula Zapatero, para quien esas «Ficciones» son un ejercicio de «la más espléndida metafísica». Pero, ¿qué es una realidad metafísica? Afirmar a la buena de Dios que hay realidades metafísicas tiene la misma base racional que afirmar que el que hace crecer las flores es el Niño Jesús. Mas Zapatero da por entendido que Borges ha aportado a la literatura una «filosofía  del hombre, del mundo y del tiempo», y este entendimiento lo ha llevado a exhibir en su despacho de político, enmarcada como si fuera un ex voto, la entradilla de «Nueva refutación del tiempo», uno de los ensayos del libro «Otras inquisiciones». Siendo muy joven,  Zapatero los leyó todos, y «enfermó» de Borges. «Cuando uno ‘enferma de Borges’ —anota en su prólogo—, se pregunta por qué la gente sigue, seguimos, escribiendo.» Hombre, psicológicamente, por la misma razón que uno, si enfermara de Creutzfeldt-Jákob, seguiría devorando chuletones. Y científicamente, si es cierto que un herbívoro puede volverse loco, como parece, al comer piensos de carne, ¿qué no podrá volverse un político al nutrirse de metafísica borgiana?

Para el Círculo de Viena, la metafísica no era sino una rama de la literatura fantástica, y este aforismo se convirtió, al decir de Ernesto Sábato, en la plataforma literaria de Borges, que atrajo con ella a esa clase de lector que, como Zapatero, con pavor sagrado se arrodilla apenas  lee una palabra como «aporía», tomando por inquietud profunda lo que en general es un sofisticado pasatiempo. «Borges recorre el mundo del pensamiento como un ‘amateiur’ la tienda de un anticuario (...) Lo aflige la fugacidad del tiempo. Por temor, por repugnancia, por pudicia y por melancolía, se hace platónico (...) Teme a la áspera realidad, juega en un mundo inventado y se adhiere a las tesis platónicas (...) Sin embargo, hay una constante que tenazmente se reitera, tal vez por su temor a la dura realidad: la  hipótesis de que esta realidad sea un sueño.» Luego «el auténtico patrono de Borges es Parménides». Bien. Todos los borgianos son metafísicos. Zapatero es borgiano. Por lo tanto Zapatero es metafísico. Y Parménides, más que González, su patrono. ¿Dónde está el cambio? «Nada cambia», dijo Parménides, y con esta paradoja de buen italiano del sur pasó a la historia, haciéndonos ver, de paso, lo fácil que es sacar conclusiones metafísicas del lenguaje. Según Sábato, este ánimo lúdico conduce al eclecticismo, que en política se llama centro. Al rechazar el misticismo, parece laico, y al rechazar el materialismo, parece  moderno. Progreso y  cultura son sus palabras totémicas. Lo que en el  XIX se llamaba «eclecticismo», en el XX se llamó «posmodernidad». En ella, todo es igualmente válido y nada en rigor vale. Total que, venerado como filósofo, Borges viene a ser el Homero de la posmodernidad.

Hay dos categorías de lectores, según los hábitos adquiridos de leer por sí, como Zapatero, o de escuchar la lectura, como Aznar. Políticamente, esto significa que, si Zapatero llegara a la Moncloa, sólo cambiaría el bullicio  de las recitaciones del conde de Montecristo en los salones por el silencio de los ex votos borgianos en los despachos. Negro sobre blanco. Así que, visto el programa que Dragó ha dedicado a Aznar y leído el prólogo que Zapatero ha dedicado a Borges, el único cambio verdadero que se nos viene encima es el propuesto por el francés Roger de Sizif, miembro del Círculo Filosófico de Acción Contemplativa: la «stochocratie». Es decir, la lotocracia o democracia-loto, sistema que consiste en la designación de todos los cargos políticos por sorteo, con todas las bolitas del censo saltando para ofrecer su número al Destino.


«Cuando uno ‘enferma de Borges’, se pregunta por qué la gente sigue, seguimos, escribiendo.»

Zapatero