La Merced. Iglesia del Zumbacón
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Hoy, en muchos “chabolos” de España se reza. El preso reza ante una estampa que repartieron los voluntarios católicos, ante un llavero de la cofradía que “m’ha traío mi Vane”, con un rosario bendecido que “siempre va conmigo”... pero este año es especial.
Esta mañana he pasado por la iglesia del Zumbacón, donde tiene asiento la Virgen de la Merced, mi patrona y la de todo tipo de delincuentes y me he encontrado con Rafalelo, un delincuente habitual, célebre más por el estropicio que deja que por lo que se lleva y me cuenta que ha venido a pedir a la Señora por “mi hija y la madre de mi hija” que aunque lleva tiempo sin saber nada de ellas, todo su afán es que no les pase nada y sobre todo “que no las muerda el bicho.” “Ahora estamos como presos, sabusté; yo mismo ni robo, ni bebo, ni me drogo ni ná de ná. Mi mama está contenta de ver que estoy t’ol día en casa; es que ya sabusté que tengo mu bajas las defensas y no puedo tontear por ahí. Mi mama m’ha dao cinco euros pa la Señora y no me los he quedao. Pa que vea si m’ha cambiao a mí éste bicho tan malo”.
Dejo a Rafalelo, pero estoy con él en su apreciación. Vivimos en una libertad tan vigilada que hasta pierde su santo nombre. Nos obligamos -reprimimos- a ir con cuidado para no cometer el mínimo desliz -no ceder el paso en un cruce y que te vea un guardia puede suponer perder el tercer grado- por lo que evitamos visitar a la familia y amigos mientras nos acostumbramos a un tedio diario que en mi caso es una caminata mañanera, comprar rapidito y “chaparme” en casa como si fuera un primer grado. Así todos los días hasta la mañana siguiente.
¿Hago bien? Supongo y creo que sí pero me doy cuenta de que tanto de mí como de la mayoría de ciudadanos se ha ido apoderando poco a poco un miedo al que nadie sabe espantar y eso que se pagan dinerales a mucho personal para ello, y vamos perdiendo el trato con amigos y sobre todo familia a la que no visitamos por si acaso llevamos por ignorancia lo que no queremos. ¡Qué malos tiempos para los que vivimos lejos de los nuestros!
Esperamos soluciones de los científicos, de los sabios, del personal competente... pero no sé por qué al final habrá que hacer como los presos han hecho toda la vida ante la imagen de su patrona: rezar. Si no es efectivo al menos tranquiliza y reconforta. Así dicen los presos, que si ya han asumido que los beneficios penitenciarios dependen más de tener alguien en el Gobierno que de “llevarlo bien, sin partes y trabajando toda la condena ”, siguen respetando y esperando de quien creen puede acordarse de ellos. Acordarse de ellos, no para acortar condena, sino para que esta peste maldita no toque a las familias. Es lo que me dice también Custodio, uno que pagó condena en la cocina de la cárcel vieja y que va para la iglesia del Zumbacón vestido como para una boda. “Después voy a tomarme una copa de vino por la salud de los presos y los funcionarios”.
He esperado y allí mismo, donde Pepe “El Gordo”, hemos brindado con un medio de Montilla por todos.