Francisco Javier Gómez Izquierdo
Sabido es que el aficionado al fútbol de provincias, y más los de provincias menesterosas, amamos a nuestro equipo y luego tiramos hacia un grande: Madrid o Barcelona. Unos pocos, hablo de aficionados con más de medio siglo, no sé si por romanticismo o por llevar la contraria, se hacían además de su Jaén, del Athletic de Bilbao -el único equipo perfecto; a los demás los demonios los llenaron de extranjeros- y luego otro grupo de escogidos se apuntaba al Atlético de Madrid por la natural inclinación que se tiene por los perseguidos por la desgracia. En mi caso tiré para la Real Sociedad porque vi por la tele un atropello arbitral en blanco y negro en el viejo Atocha y porque al poco me crucé con Boronat y llevaba gafas en un tiempo que me parecía imposible un futbolista gafoso como servidor. Luego, en la mili -año 80- dispuse de un carnet, facilitado por el capellán de Loyola, para disfrutar de los mejores años blanquiazules y de cuyo recuerdo da fe diaria el retratito que guardo en mi cartera.
La malevolencia de los grandes la suponíamos siempre y la explicábamos con el poder que derrochaban descabezando rivales que amenazaban su preponderancia. El Barça con aquella misma Real Sociedad de Baquero, Alonso, Txiki Beguiristáin..., la puñalada del último día al Deportivo con Rivaldo..., o el Madrid escogiendo espigas en todos los trigales: Roberto Martínez, Wolff, Uría, Sánchez Barrios, Juanito, Mijatovic... “Muchos no van a tocar bola -decíamos- pero al Valencia, Las Palmas, al Español... los debilitan y ellos juegan con esa ventaja añadida”. La costumbre de ceder jugadores en la mili, “espías” los llamábamos en nuestra ingenuidad ilustrada, se propagó como relación habitual y hoy es ya un galimatías sin control. El City y el Chelsea tienen un batallón desperdigado por todas las categorías europeas ¿Y el Watford? ¿Se han dado cuenta ustedes las veces que dicen en la tele “cedido por el Watford”?
El desvarío anterior tiene que ver con la perplejidad que me invade ante la incomprensible política culé, un grande empeñado al parecer en dejar de serlo, para con su plantilla. En vez de debilitar rivales, los fortalece y por mucha tristeza y usos depresivos que invadieran el banquillo azulgrana, no se explica la marcha de Rakitic a un Sevilla acechante o la de Luis Suárez herido, como no se puede dejar escapar nunca a una fiera, al Atlético de Madrid. Y encima, casi gratis. ¡Con lo que cuesta un goleador o un buen medio!
No sé cómo acabará este fútbol televisivo al que con la aparición de los grandes, vuelve el pestífero VAR, pero me malicio que Don Tebas está encomendándose a un brote juvenil de rivalidad entre Ansu Fati y Joao Félix, dos principios de vedettes con la misión de renovar los duelos Messi-Cristiano. Para engrandecer al portugués del Atlético llega Suárez, el experto en abrir las cajas fuertes a las que se ha de llegar con el despliegue aguerrido que gastan las fuerzas especiales de Simeone. Para sonsacar el talento del guineanito negro, veloz y delgadito ha llegado Koeman, rubio como la cerveza, lento como tractor y fuerte como un peso pesado. El pelotón de Simeone es más uniforme. Costa, Savic, Suárez, el mismo Simeone son del mismo caletre y se diría que piensan lo mismo en cada situación. Nunca se les acusará de pusilánimes. Reconozco que esta temporada estoy dispuesto a empujar con la Real, por supuesto, y con el Atleti.
¿Y el Real Madrid? Pues supongo que otra vez campeón de Liga. Su plantilla es muy superior a la del Barça y Atleti y aunque sus planes de ataque y defensa tienen menor enjundia que los rojiblancos y aún no se sabe si también los azulgrana, la calidad ha de bastarle para ser campeón por mayo... y luego que venga Mbbappé para entusiasmar a Don Tebas y pueda negociar con la China su particular Trinidad: Mbbappé-Ansu Fati-Joao Félix. Para entonces, el fútbol será sólo para ricos. Los pobres no podremos ni asomarnos al campito de los infantiles.