Ignacio Ruiz Quintano
Abc
España, según todos los indicios, va a ser pobre de solemnidad, aunque ¿eso incluye a su gobierno?
El gobierno actual no es de pobres: su presidente hizo buena boda, y su vicepresidente pertenece a una dinastía de servidores del Estado (el franquista y el monárquico), siendo él mismo, en tanto que jefe de facción en un Estado de Partidos, no un político, sino un funcionario de la clase estatal.
Los pobres son otra cosa, y no acceden al gobierno.
–El negocio del gobierno es, y debe ser, el negocio de los ricos, que lo obtendrán por las buenas o por las malas –dejó dicho el señor padre, no de Romanones, sino de Stuart Mill–. El único medio bueno de obtenerlo es el sufragio universal.
Los pobres nunca han sido políticamente iguales a los ricos, salvo en América, donde Francisco de Miranda, el único demócrata que ha dado España, tuvo varias discusiones con sus anfitriones gringos, que lo obligaban a que su criado se sentara a la mesa con todo el mundo.
Aquí los pobres pagan sus diezmos y son representados únicamente por tertulianos designados por los ricos en la “antesala del poder”, schmittianamente dicho. Históricamente, los dos procedimientos liberales para impedir la representación de los pobres fueron el sufragio censitario, primero, y luego, el Estado de Partidos como domesticador de las masas provistas de sufragio universal. Este sistema hace chusca (“indigna” sería palabra noble) toda obediencia, pero es nuestro sistema, o lo que los tertulianos llaman “democracias liberales”, concepto huero introducido por los profesores de tradición marxista para dar por sentado que existen las “democracias socialistas”, truco que nunca falla.
España, en fin, siempre ha vivido en un nivel más alto del que económicamente le corresponde, que no es, dice Ruano, más que vivir como sabemos hacerlo los pobres, que somos los que nos gastamos el dinero, sobre todo si tenemos, como heredado, un sentimiento de ricos al que sólo le falta la coincidencia con la realidad.