Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Ahora que, al hilo del asesinato de Portland, en el mundo se impone el “periodismo Egin” (la escuela de “Ortega Lara vuelve a la cárcel”, con su linda ética centrista y factual), ponerse a escribir es como tocar el violín en el internado salzburgués de Thomas Bernhard.
–En Salzburgo, por su humedad, llueven los suicidas, en el otoño, al comienzo del colegio.
Igual que la húmeda Salzburgo (¡la Roma alemana!), la España seca está poblada por dos clases de personas, los que hacen negocios y sus víctimas, y sólo es habitable, para el que aprende o estudia, de forma dolorosa, como recordarán los lectores (sigo la excelsa versión de Miguel Sáenz) de Bernhard.
–La época de aprender y estudiar es, principalmente, una época de pensar en el suicidio, y quien lo niega, lo ha olvidado todo.
Los españoles no recibimos trato de nación, sino de internado, bajo el consenso de los Grünkranz y los Tíos Franz, “y sus leyes viles y su interpretación aún más vil de esas leyes suyas”.
En su internado salzburgués, Grünkranz, el perfecto nacionalsocialista (tal día como hoy entraron en Polonia), adjudica a Bernhard la habitación de los zapatos (Prohibida la entrada. Ejercicios de violín), donde practica el violín con tanta fuerza que teme que la habitación explote en medio de sus ejercicios de violín, entregado totalmente a sus pensamientos de suicidio (“Su entrada en la habitación de los zapatos significaba el comienzo simultáneo de su meditación sobre el suicidio”), hasta el punto que, con el tiempo, el violín le pareció menos un instrumento musical que un instrumento para desencadenar su meditación sobre el suicidio.
En verano, en Salzburgo (como aquí) se finge, dice Bernhard, la universalidad, “un engañar para apartar la atención”, y en la guerra sus habitantes creían que “por su belleza mundialmente famosa” la ciudad nunca sería bombardeada (como aquí), pero lo fue.
–El tercer bombardeo americano de la ciudad fue el más terrible… Mi violín quedó aniquilado.