Chris Murphy, senador por la g. de Dios
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Libertad ¿para qué?, dijo famosamente Lenin al cursi de De los Ríos, alias Don Suave, que se quedó bizco.
Chris Murphy, senador demócrata por Connecticut, dice en el NYT que la democracia en los Estados Unidos está en las últimas, porque el concepto mismo de democracia es “antinatural” y no funcionará a largo plazo.
–No administramos nada importante en nuestras vidas mediante el voto democrático.
Murphy es otra prueba de que los demócratas americanos no son demócratas (los de aquí tampoco, pero estos no van a ninguna parte) y de que la libertad es una antigualla defendida sólo por una facción, la más añeja, del partido republicano, que admira la democracia representativa como los turistas admiran el acueducto de Segovia.
–¡Qué cosas hacían los romanos! ¡Qué cosas hacían los Founding Fathers!
Murphy, pues, es un Maquiavelo de supermercado. Madame de Stäel (social, cultural y políticamente más larga que Hannah Arendt) acepta que Maquiavelo escribe “El Príncipe” para reconciliarse con los Médicis, que lo habían sometido a torturas por sus esfuerzos a favor de la libertad, y arruinado y enfermo… transige:
–Hay que reconocer que en la actualidad no se requiere tanto para doblegar voluntades.
Ahí tenemos a Murphy, que ignora que la democracia representativa, ese invento americano, es la garantía de la libertad política, aunque claro, libertad ¿para qué?
Ya para los revolucionarios franceses Montesquieu era el antiguo, y el moderno, Rousseau. Apenas cuatro meses les duró el amor a la libertad: en octubre el objetivo revolucionario fue la igualdad, únicamente imponible, por su naturaleza utópica, mediante la dictadura, coronada por Bonaparte, que, según Madame de Stäel, conocía muy bien la mezquindad del amor propio de los franceses que conlleva la necesidad de anular todos los rangos:
–¿Queréis igualdad? –les dijo–. ¡Haré algo mejor: os daré la desigualdad a favor vuestro!
Xi Jinping es nuestro Napoleón comprado en los chinos.