Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Pues sí, la policía de costumbres laicas es bastante más estrecha que la policía de costumbres religiosas, y sólo un bobo podía esperar otra cosa.
Qué risas cuando, en el invierno del 75, un municipal, el cabo Piris, ordenó a un librero de Cáceres retirar del escaparate un cartel de la Maja Desnuda porque atentaba contra la pureza de la juventud local.
–Puedo cerrar este negocio porque se vende pornografía, y a ésa que tiene usted ahí tiene que quitarla –ordenó el cabo Piris, que hoy podría ser jemad de Sánchez, el que quiere chapar iglesias y saunas.
El otro día, el Museo de Orsay de París vetó la entrada a una señorita cuyos senos se salían del libro de Gómez de la Serna. “¡Ah no, esto no es posible, esto no pasará!”, dijo un guardesa mientras buscaba una chaqueta con que cubrirle el escote, como hacía Jorge Berlanga en las noches de lluvia para tapar los charcos que no querían pisar las chicas. Ninguno de los que en el 75 dijeron que el cabo Piris era un agente de El Pardo a las órdenes de Carmen Polo dice hoy que la guardesa del Orsay sea una agente del Elíseo a las órdenes de Brigitte, y no será por falta de jeta, pues son los mismos que dicen preferir la belleza interior de Brigitte a la belleza exterior de Melania.
–¿Un modista puede dar elegancia? –preguntó Ruano a Marbel, detractor de Dior y discípulo de Paul Poiret (“J’ai un petit espagnol avec moi qui me surpasse”).
–No. No puede más que vigilar la cursilería.
¿Pero cómo vigila uno a esos columnistas kantianos que fingen hacer las maniobras que hacía Kant al acostarse para que si alguien entrase de improviso en la habitación no lo encontrase desnudo?
–¡La cara, ministro, la cara! –gritaba Cabanillas a Fraga, que corría, ocultando lo que podía, de una playa donde habían parado a bañarse desnudos hasta que llegó una excursión de monjas.
Son las mismas monjas que denuncian que los dos botones desabrochados de la camisa (camisa, no bragueta) de Abascal son la señal demoníaca del macho alfa.
Cáceres'75