Abc, 21 de Marzo de 2001
Ignacio Ruiz Quintano
Kevin Costner ha dicho en Madrid que echa de menos a un líder como Kennedy. Parece una impresión compartida por todo el mundo. Por los americanos, que piensan en la crisis de los misiles, y por los españoles, que piensan en la crisis del servicio doméstico. ¿Qué tuvo Kennedy que no tenga Aznar?
La franqueza. Galbraith explica en sus memorias cómo la necesidad política empuja a todos los políticos a renunciar a las convicciones personales: lo políticamente rentable se convierte en verdad. Kennedy hizo concesiones políticas, pero mantuvo sus propias convicciones. Esto le permitía decir: «Nixon siempre tiene problemas sobre quién es. Yo sé quién soy.»
Kennedy, en efecto, fue la franqueza. Con ella resolvió la crisis de los misiles, pues desoyó los pésimos consejos de sus asesores. Y también la crisis del servicio doméstico, pues escribió un libro, «Una nación de inmigrantes», que revolucionó la mentalidad americana de la época, y derogó el sistema de cuotas que restringía la inmigración de aquellos a quienes Henry James había llamado «gross little foreigners».
Pongámonos en los sesenta, los del «boom» de la Izquierda Exquisita, con sus cenas neoyorquinas «aprés-concierto» en casa de los Bernstein, deliciosamente contadas por Tom Wolfe. La Izquierda Exquisita, en tanto que Izquierda, creía en la igualdad, pero, en tanto que Exquisita, necesitaba de sirvientes. Total, que si los Bernstein daban una fiesta para los Panteras Negras, no podían tener sirvientes negros, y así fue como se desencadenó una búsqueda desesperada de criados blancos, es decir, de «vulgares y bajitos extranjeros», hasta el punto de que los Bernstein llegaron a ser ingeniosamente conocidos como «Agencia de Colocación Spic & Span», chiste de tono étnico que surgía de combinar el «muy limpio» de la retórica con el «más blanco» de la publicidad.
La impresión de los Bernstein al verse retratados en los reportajes de Tom Wolfe era idéntica a la expuesta estos días por la entrañable Marta Ferrusola en un periódico: «Les aseguro que me ha disgustado mucho recibir una imagen que no se corresponde con la que yo tengo de mí misma.» Esto nos devuelve a la pregunta de Tom Wolfe: si el asunto crea una tensión tan intolerable y se cree realmente en la igualdad, ¿por qué no prescindir totalmente de los sirvientes?
Está visto que los sirvientes vienen a satisfacer una necesidad psicolóica de la clase media. Y vienen, además, del extranjero, principalmente de Indias, ocasionando un enorme papeleo, razón de ser de nuestra tradición política, inspirada en ese espíritu procesal y formalista que un día asombró al mundo. Nuestros conquistadores, en efecto, fueron a América con un papel redactado por el doctor Palacios Rubios «para que nuestras conciencias queden descargadas» al abordar legalmente a los naturales de aquellas tierras. Aquel papel, que informaba, entre otras cosas, de la donación que el Papa había hecho de América a los españoles, lo leía un escribano antes de cada batalla, y acabó provocando la ira del padre Las Casas y el cachondeo del cronista Oviedo, quien, ante los indios del Darién, dijo al capitán español: «Señor: paréceme que estos indios no quieren escuchar la teología de este requerimiento, ni vos tenéis quién se la dé a entender. Mande vuestra merced guardarlo, hasta que tengamos algún indio de estos en una jaula, para que despacio lo aprenda y el señor obispo se lo dé a entender.»
Cacique hubo, sin embargo, que objetó: «¿Por qué habríamos de abandonar a nuestros dioses, que nos dan buenas cosechas? En cuanto a ese gran sacerdote del que habláis, debía de estar borracho cuando se puso a repartir lo ajeno...» Este episodio dio lugar al mito del «bon sauvage» en la literatura francesa, pero no alteró la pasión española por el papeleo, como lo prueba el debate de la mal llamada Ley de Extranjería, que lo es del Servicio Doméstico, defendida por Rajoy, el abogado metido a guardia, con los tiquismiquis de Fray Gerundio: «¡Que se me vengan, que se me vengan, no sólo a impugnar, sino a empujar, la clausulilla!» Pero en la Españeta vuelve a reír hoy la primavera, aunque sea con una risa sardónica, que es remedo de la contracción de un ranúnculo conocido por sardonia.
La franqueza. Galbraith explica en sus memorias cómo la necesidad política empuja a todos los políticos a renunciar a las convicciones personales: lo políticamente rentable se convierte en verdad. Kennedy hizo concesiones políticas, pero mantuvo sus propias convicciones. Esto le permitía decir: «Nixon siempre tiene problemas sobre quién es. Yo sé quién soy.»
Kennedy, en efecto, fue la franqueza. Con ella resolvió la crisis de los misiles, pues desoyó los pésimos consejos de sus asesores. Y también la crisis del servicio doméstico, pues escribió un libro, «Una nación de inmigrantes», que revolucionó la mentalidad americana de la época, y derogó el sistema de cuotas que restringía la inmigración de aquellos a quienes Henry James había llamado «gross little foreigners».
Pongámonos en los sesenta, los del «boom» de la Izquierda Exquisita, con sus cenas neoyorquinas «aprés-concierto» en casa de los Bernstein, deliciosamente contadas por Tom Wolfe. La Izquierda Exquisita, en tanto que Izquierda, creía en la igualdad, pero, en tanto que Exquisita, necesitaba de sirvientes. Total, que si los Bernstein daban una fiesta para los Panteras Negras, no podían tener sirvientes negros, y así fue como se desencadenó una búsqueda desesperada de criados blancos, es decir, de «vulgares y bajitos extranjeros», hasta el punto de que los Bernstein llegaron a ser ingeniosamente conocidos como «Agencia de Colocación Spic & Span», chiste de tono étnico que surgía de combinar el «muy limpio» de la retórica con el «más blanco» de la publicidad.
La impresión de los Bernstein al verse retratados en los reportajes de Tom Wolfe era idéntica a la expuesta estos días por la entrañable Marta Ferrusola en un periódico: «Les aseguro que me ha disgustado mucho recibir una imagen que no se corresponde con la que yo tengo de mí misma.» Esto nos devuelve a la pregunta de Tom Wolfe: si el asunto crea una tensión tan intolerable y se cree realmente en la igualdad, ¿por qué no prescindir totalmente de los sirvientes?
Está visto que los sirvientes vienen a satisfacer una necesidad psicolóica de la clase media. Y vienen, además, del extranjero, principalmente de Indias, ocasionando un enorme papeleo, razón de ser de nuestra tradición política, inspirada en ese espíritu procesal y formalista que un día asombró al mundo. Nuestros conquistadores, en efecto, fueron a América con un papel redactado por el doctor Palacios Rubios «para que nuestras conciencias queden descargadas» al abordar legalmente a los naturales de aquellas tierras. Aquel papel, que informaba, entre otras cosas, de la donación que el Papa había hecho de América a los españoles, lo leía un escribano antes de cada batalla, y acabó provocando la ira del padre Las Casas y el cachondeo del cronista Oviedo, quien, ante los indios del Darién, dijo al capitán español: «Señor: paréceme que estos indios no quieren escuchar la teología de este requerimiento, ni vos tenéis quién se la dé a entender. Mande vuestra merced guardarlo, hasta que tengamos algún indio de estos en una jaula, para que despacio lo aprenda y el señor obispo se lo dé a entender.»
Cacique hubo, sin embargo, que objetó: «¿Por qué habríamos de abandonar a nuestros dioses, que nos dan buenas cosechas? En cuanto a ese gran sacerdote del que habláis, debía de estar borracho cuando se puso a repartir lo ajeno...» Este episodio dio lugar al mito del «bon sauvage» en la literatura francesa, pero no alteró la pasión española por el papeleo, como lo prueba el debate de la mal llamada Ley de Extranjería, que lo es del Servicio Doméstico, defendida por Rajoy, el abogado metido a guardia, con los tiquismiquis de Fray Gerundio: «¡Que se me vengan, que se me vengan, no sólo a impugnar, sino a empujar, la clausulilla!» Pero en la Españeta vuelve a reír hoy la primavera, aunque sea con una risa sardónica, que es remedo de la contracción de un ranúnculo conocido por sardonia.
Bernstein y esposa con el apuesto pantera negra Don Cox, 1970
Está visto que los sirvientes vienen a satisfacer una necesidad psicolóica de la clase media. Y vienen, además, del extranjero, principalmente de Indias, ocasionando un enorme papeleo, razón de ser de nuestra tradición política, inspirada en ese espíritu procesal y formalista que un día asombró al mundo