miércoles, 16 de septiembre de 2015

Parpayuelas



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

España fue universal tanto por sus tercios como por sus retóricos. España, hoy, no tiene tercios, y sus retóricos son parpayuelas.

Ayer, para el “colocón” dolorista de nuestra “logocracia”, el toro Rompesuelas sustituyó al niño Aylan, y en el diálogo de carmelitas de la azogada parpayuela Griso y el zollipante toreador “Manolo” más de uno vería la metáfora del rudo lancero castellano “sansebastianizando” al inerme “bou” catalán.

Leo en “Telva” los consejos a las “chicas Telva” para hablar en público: mucha emoción y mucho espejo, fichas (no folios) con datos “customizados” y no comer frutos secos antes del discurso.

Uno se fía más de los que daba Pemán: espuma para las mujeres, cifras para los pedantes, trémolo para los emocionales, ironía para los frívolos, gritos para los adormilados.

Sé que un gran descenso de voz puede causar un escalofrío de emoción.
Cielos, Pablemos, símbolo de la peor corrupción de Estado (enseñar en universidad pública la teoría de la relatividad de Newton), que pone vocecilla de curita embaucador (¡ah, esos arpegios pajaroideos!) para hacer pasar sus majaderías por grandes expansiones democráticas de la idea.
Frau Merkel no lo sabe, pero la sensibilidad occidental viene de dos maestros orales, Sócrates y Jesús (el islam es libresco): sus ideas y revelaciones, dice Steiner, nacen de la vitalidad metafórica de la palabra hablada.

Pablemos se deja el pelo como Jesús y juega con preguntas como Sócrates, pero no es filósofo ni “Diosito” (en venezolano), sino parpayuela que susurra para emocionar a sus refugiados (“Refugees Welcome”) en el Ayuntamiento de Madrid, que no son los mozancones sirios, como creen los turistas, sino los concejales de Podemos, que han pasado de la quéchua en la Puerta del Sol al despacho en el Palacio de Cibeles, a cuyas puertas se levanta un campamento de pies negros con un cartón “contra la ley mordaza” que hacen guardia sobre los luceros.

No soy buen orador…–dice San Pablo.