domingo, 6 de septiembre de 2015

El crocanti




Hughes
Abc

Desde hace un tiempo me vengo fijando en la desaparición del helado de crocanti de las cartas. Soy una persona con algunas fijaciones, y en el asunto de los postres suelo tomar crocanti, tarta de manzana o helado de vainilla. Estos gustos me han procurado no pocas bromas: que si tengo gustos de jubilado, que no me deje la dentadura, que vaya tío viejuno o, modernamente, un doloroso “a ver, que pida el foodie”.

Pero en materia de exquisiteces yo voy a lo seguro. El chocolate me parece sobrevalorado, muy femenino, y pocas veces me apetece. Pero con estas cosas tengo debilidad y ocurre que en las cartas de los restaurantes se olvidan de ellas. Coulant y brownie, tarta Sacher o Tarta Tatín… pero ¿y el crocanti?

El helado de crocanti, con su baño de almendras, me parecía desde niño algo muy rico y además duradero. Es un postre concéntrico, acabado con esa empedrado de almendritas. Impedía mi primera ingestión compulsiva, y luego además me fue procurando un cálculo divertido: ¿empezar por el núcleo o ir radialmente?

Era el dilema español en cada heladito de crocanti.
Desde niño lo pedí, pero lo que de niño queda gracioso luego ya ofrece una imagen aburrida, poco sofisticada.

-Oiga, ¿no tendría helado de crocanti?
 
Creo que lo fundamental con ese postre era que se trataba de un helado que duraba. Lo podía disfrutar más que la simple bola. No me termino de explicar ese impulso de duración, esa economía del placer desde tan niño. Era como la fase anal del postre.

El contraste entre el helado y el granulado de almendritas fue lo que me vino a la cabeza cuando descubrí la palabra texturas.

Pero el otro atractivo fundamental es la vainilla. El gusto por la vainilla ha sido la gran pasión dulce de mi vida y me parece que seguirá siéndolo. La vainilla tiene un color que me encanta, un olor aún mejor, puede ser un primer postre, pero luego tiene esa cualidad buena, modesta, del acompañamiento. Cualquier cosa con vainilla. La vainilla es la patata frita del postre. Si la vida fuera una comedia musical, como en esa peli de Steve Martin, yo sería Vanilla Ice.

Creo que el chocolate es femenino, arrebatador, embriagador, con cuerpo, con bollo incluso, con un impacto en los nervios, mientras que la vainilla es consorte, complementaria, ligera y decididamente elegante.

El crocanti ha perdido sitio en las cartas, pero sigue siendo un valor seguro en ciertos (benditos) restaurantes. Pese a las burlas y a las miradas de superioridad gourmand, seguiré pidiéndolo.