Hughes
Abc
Cosas buenas del partido: los centro-chut y que Del Bosque tenga ya columna vertebral. Malas: todo lo demás. España ganó, pero nos matará de aburrimiento. He visto trenes de autolavado más divertidos. Es tediosa como un aeropuerto. España es estar sin wifi.
La previa estuvo ocupada por la polémica de Piqué. Arreglada la de Casillas necesitamos otra. Surge un debate: ¿Es necesario sentir a España para jugar en ella? España ha ganado el Mundial con, al menos, un par de jugadores que estaban allí como podrían estar jugando con Islandia. Y ese equipo era la Marca España, era El de Todos, y menuda barrila nos dieron y nos dimos. Cayeron Príncipes de Asturias, cayeron marquesados... Por eso extraña ahora que algunos se lleven las manos a la cabeza: ¡No sentían nada! ¡No sentían nada! Como si hubieran descubierto que todos los orgasmos fueron fingidos.
Luego está que si Del Bosque es tibio cuando quiere, que lo es, o que si Piqué y los demás Piqué podrían tener, si no una declaración patriótica como las del delantero-aviador Salva, al menos un gesto de afecto. Parece que van allí obligados, tienen la cara que se tiene en una cena con los amigos de ella antes de la segunda copa (¡por eso lo del pub de Gijón!). Los del Barça acuden como niños a casa de la madrastra. Como si alguien les hubiera dicho antes: A esa ni una sonrisa.
Esto recuerda a Guardiola, que cuando sonaba el himno de España ponía cara de trámite. Es más, ponía cara de no oír el himno. Esa cara de sordo ha sido también la cara de la selección.
Por fortuna, España defendía su nuevo liderato en Macedonia. Dentro de casa se le complican las cosas: entre los campos a los que no va y los campos en los que pitarían a Piqué, pocos sitios quedan para la pax delbosquiana, paz basada en ese discurso majo: lo generacional en sentido estricto, es decir, que los jugadores caigan como albaricoques, junto a un consenso mediáticamente macerado.
La Selección es el consenso llevado a lo deportivo. El estilo, el Íker santificado, Piqué envuelto en tabú... Entre la España constitucional y la federal está la federativa, que va tirando.
Del rival sabíamos poco. Del equipo de fútbol, nada (salvo esos periodistas que se creen que nos creemos que la conocen), y del país sólo un poquito más que nada. ¿Sabían que un tercio de su población es musulmana? Lo que más sacaba el realizador era la barba babilónica de Petrovjki.
El himno se interpretó a piano. Un himno de piano bar. Ojalá pusiéramos a Felipe Campuzano a desarrollar la idea, pero este himno de piano bar merece repetirse. Un himno en petit comité, un himno de unos cuantos, de cada vez menos, decadentes, ebrios incluso, felices de ser los últimos de filipinas. ¡Vaya panorama macedonio!
Entre Piqué y el himno de Pablo Sebastian, sólo quedaba ya fijarse un poco en Diego Costa, que es brasileño y vive en Inglaterra. ¿La sentirá Diego Costa?
En la primera parte, lo único reseñable llegó por la vía del centro chut, es decir, que llegó de casualidad. Con la pierna derecha, Mata centró desde la banda y consiguió un gol por la escuadra en el minuto 7, y luego, al final, un larguero. Parafraseando al Doctor Maligno: ¿Por qué dar un centro cuando puedes dar un centro-chut? El centro-chut en el mejor de los casos es gol.
Del Bosque hizo cambios, pero dejó ver una columna vertebral: los centrales, Busquets, Silva y Diego Costa. O sea, que España vertebrada. Lo malo es que España dominó sin más. Un dominio puramente psicológico, como de primer día en el sadomaso. «Hoy te voy a dominar para que te acostumbres, ya te cascaré mañana». España está cambiando el sentido del verbo poseer. Si ahora se le dice a alguien «Te voy a poseer» ya no suena como antes. Ahora es que te den paseos.
Macedonia dominada parecía mucho más de lo que es. Es que Macedonia dominada es más de lo que nunca ha sido Macedonia, que siempre fue Macedonia goleada.
«Los macedonios están yendo al límite» , decía un comentarista. Hombre, tanto como nosotros en el coche a 80 kms/hora cantando a gritos una canción de Dani Martín. Macedonia buscaba alguna tibia y estaba ordenada; ya menos...
Diego Costa dejó una sensación de
pelea y estrechez. Con España es, definitivamente, un delantero en un armario, como en la canción de la Carrá.
Un problema para Piqué es el contraste. Ramos iba con los tatuajes, el estilismo, el brazalete de capitán y la muñequera española. Le faltaba una navaja de Albacete y la bota de vino. Parece un expositor de gasolinera.
La segunda parte fue aún peor. El «España, España» de Manolo el del Bombo se oía débil, lejano, como si se aproximaran unos tercios. Pero eran los tristísimos cambios. Hubo una buena jugada de Carvajal, el único bip bip de las constantes vitales.
Los rondos macedonios en ataque eran como de badminton: mucha fuerza y poco vuelo, como si jugaran contra el viento. Aún así, Hasani estuvo a punto de marcar en el 59, salvó Busquets. Macedonia se replegaba y España tocaba mucho, pero todo por fuera de Macedornia, exterior. Ganó, pero dejó una irritante sensación de languidez. El juego de España, de tan aburrido, es entrañable, como viento flojo soplando en un páramo castellano.