Abc
La última vez que el mexicano Rufino Tamayo pasó por Madrid, viendo el gallinero nocturno de los bares de artistas plásticos, dijo: “Y aquí, ¿cuándo pintan?”
Es la misma impresión que tiene uno de los separatistas catalanes. ¿Cuándo trabajan? No trabajan. Pero, si lo hicieran, sería sin beneficios, como pide Bergoglio (en una revisión peronista de la “Rerum Novarum”) que sean las empresas.
La única misión que se ha impuesto en la vida el separatista catalán es dejar de ser español como, según el periodismo cotilla, Michael Jackson dejó de ser negro, en un proceso (¡el “prucés”!) de ocho años (de “Off The Wall”·a “Bad”, pasando por “Thriller”) en el caso de Jackson.
En ese sentido, el único trabajo del separatista catalán ha sido prohibir los toros de un plumazo, en vez de ir poco a poco, como Cifuentes en Madrid, que ha comenzado por quitar el traje de luces a los chulos de toriles y banderillas y vestirlos de Tío Pepe, como los prefiere Rivera.
Al separatista catalán le gustan los toros más que a un tonto el chupete. Rivas, un catalán amigo de Camba (quien en Renacimiento estrena libro, que glosaremos), viendo a los turcos matar armenios, levantó en Constantinopla una plaza de toros (10.000 asientos y 250 palcos) que inauguraron con el Chico de la Camila, Negret y Frutitos, tres novilleros que optaron por no ejecutar la suerte suprema para no caldear más los ánimos de los turcos.
–¿Cómo iba a suponer yo que los turcos tuviesen tan buen corazón, después de presenciar la matanza de armenios? –le diría Rivas a Camba en Madrid.
Para quitarse de español, el separatista catalán ha de hacer en Barcelona lo que el general gringo Brooke hizo en La Habana, prohibir los toros a fin de “visualizar” el fin de “la dominación española”, razón por la cual la orden militar número 187 salió publicada en la “Gaceta” el 12 de octubre de 1899, orden que sigue vigente en La Habana de Obama, Bergoglio y los Castro Brothers.
Más fácil es el vitíligo.